Diosito, no cabe duda, tiene buen oído.
Escuchó las oraciones de las mujeres y las expresiones de impaciencia de los hombres, y entonces se hizo lluvia y bajó a las resecas tierras del Potrero.
Cuando en Ábrego llueve los seres y las cosas entonan una acción de gracias tan bella como la de la Sexta Sinfonía de Beethoven. Aquí la música es la del arroyo, la de los pinos recién bañados, la del balido de las cabras que se alegran con la promesa de la hierba nueva.
La luna, dicen, es muy mentirosa. Esta vez dijo la verdad. Cuando salió sobre los picos de Las Ánimas venía inclinada, como una jicarita que se dispone a dejar caer el regalo de sus aguas. Ahora oigo llover, y miro tras el cristal de la ventana los hilos cristalinos que corren por los surcos. La semilla tiembla con ansias nupciales en la bodega, y la tierra, anhelosa de ser fecundada, tiembla más. Los sembradores las juntarán, y se dará el milagro del amor: la vida.
Dios está aquí.
¡Hasta mañana!...