Una sirena estaba triste porque nadie oía su canto.
Todos oían el canto de las sirenas, pero ninguno escuchaba el suyo.
Supo de un hombre que sufría mucho porque las sirenas no cantaron para él. Ese hombre se llamaba Julio Torri.
Lo buscó, y le dijo su canción.
Nadie sabe si don Julio escuchó el canto de la sirena. Sin embargo, cuando murió tenía en los labios una vaga sonrisa. Entiendo que es la sonrisa de aquéllos para quienes las sirenas no cantaron, pero que oyeron el canto de su propia sirena.
¡Hasta mañana!...