Llega el viajero a Compostela. Ahí termina su peregrinación. Ha caminado muchas leguas -decir kilómetros o millas no se oye muy bien-, y después de la visita al templo del Apóstol reposa su fatiga en un hostal.
Cae una lluvia fina. La tarde es un poco menos que negra y un poco más que gris. El caminante es joven -tiene 20 años- y no conoce la tristeza. Si tuviera más años la lluvia le hablaría de ella.
¿Quién es este otro viajero que ha iniciado una segunda peregrinación? Esta vez el camino lo lleva hacia el fondo de su propio ser. ¿Encontrará en ese campo alguna estrella? No lo sabe. Después de medio siglo es el mismo viajero que un día (o un instante) tuvo 20 años. Ha conocido la tristeza, y las tardes de lluvia, casi grises, casi negras, hablan ahora para él.
Camina el peregrino y mira a lo lejos -mira a lo cerca- el fin de su peregrinación.
¡Hasta mañana!...