En las orillas de la acequia grande crecen, pomposas, las acelgas.
De los ranchos vecinos llegan las mujeres a cortarlas. Don Abundio se enoja, pero yo le digo que para todos hay.
Humilde es esa planta en la labor, y sabrosísima en la mesa. Guisada con papitas y chilito rojo es bocado no de cardenales: de pontífices. Cuando en la comida hay acelgas pienso que ese día voy a comer mejor que el Papa en Roma.
Y se llaman bonito las acelgas: su nombre viene de la voz "sikéle", que en griego quiere decir "la siciliana".
Ellas no saben eso. Nada importa: no necesitan saberlo para saber muy bien.
¡Hasta mañana!...