Cuando mi esposa y yo nos casamos, ella era 7 años menor que yo.
El tiempo no perdona. Ahora, según los cálculos que hace mi mujer, yo soy 27 años mayor que ella.
Y se nota, además. La compañera de mi vida parece una muchacha, la misma de quien me enamoré hace medio siglo. En cambio las canas me dan a mí un aspecto venerable; más venerable de lo que yo quisiera.
El otro día fuimos a la casa de Ale, mi hijo guapo, y de su linda esposa Saira. Le pedí a María Ángela, su hijita de 3 años:
-Por favor, princesa, busca a tu abuelita. Dile que le hablo yo.
La pequeña fue a llamar a mi esposa, que estaba en el segundo piso. Desde el pie de la escalera le gritó:
-¡Tita! ¡Te habla tu abuelito!
Lo dicho: el tiempo no perdona. (Y los niños, que siempre dicen la verdad, tampoco).
¡Hasta mañana!...