Dos clases de lluvia tenemos en el Potrero de Ábrego: una lluvia artista y una lluvia artesana.
La lluvia artista llega de repente. Tiene los impulsos y la libertad del arte. Cae con música de truenos e iluminación de relámpagos. Aparece súbitamente en escena, e igual, de súbito, se va. Corre el agua por los barbechos y el arroyo; luego el sol aparece, y en unas cuantas horas la tierra vuelve a estar seca otra vez.
Esa es la lluvia artista. La lluvia artesana, en cambio, baja con mansedumbre silenciosa de un cielo gris sin sombras dramáticas de nubes, sin luz ni estrépito de rayos. Cae despacito la artesana lluvia, como si no quisiera darse a ver. Pero entra en lo profundo de la tierra, y la deja henchida y fecundada.
Me gusta la lluvia artista, la disfruto. Es como la tempestad en la Sexta Sinfonía de Beethoven. Pero a la lluvia artesanal le doy las gracias: de su humildad y su perseverancia saldrá la próxima cosecha.
¡Hasta mañana!...