El cementerio de Ábrego se parece al que cantó Unamuno en un poema: tiene muros de adobe, esto es decir de barro, tierra, polvo. De esa misma sustancia estamos hechos los humanos. Los muros del panteón son hombres que fueron.
Llego a ese sitio de muerte y lo encuentro colmado de vida. Aquí la diminuta flor azul, en cuya pequeñez está la majestad del universo. Ahí la lagartija que me mira con ojos inquisitivos: ella considera que la casa de los muertos es su casa, y yo no estoy invitado todavía. Allá la saltapared, pajarillo que afuera es muy mal visto: existe en el Potrero la leyenda de que si una saltapared ronda un jacal es porque la mujer que vive ahí engaña a su marido.
En este lugar humilde estoy en paz, en santa paz. Contra estas tapias que parecen débiles se estrellan las tempestades más fuertes que llegan del mundo. Yo soy débil, pero en este lugar de muerte siento la fuerza de la vida. Es decir la fuerza de la eternidad.
¡Hasta mañana!...