El Cristo que en su iglesia tiene el padre Soárez acostumbra de vez en cuando contarle un cuento. Después de todo El es un padre, y los padres siempre les cuentan cuentos a sus hijos.
-Has de saber -le narró un día-, que hubo un espejo que se volvió como los hombres. Quiero decir que se hizo egoísta. Pensó que la luz que reflejaba le pertenecía, y no la reflejó ya más. Antes aquel espejo difundía la luz: era un espejo bueno. Los niños jugaban con su resplandor y las muchachas contemplaban su belleza en él. Pero cuando el espejo se hizo malo ya nada reflejó, y fue tan sólo superficie muerta.
-Así pasa -concluyó el Cristo que en su iglesia tiene el padre Soárez-, con aquéllos que no reflejan en los humanos el amor de Dios. De nada sirve creer en Dios si esa fe no se difunde en los demás convertida en amor y en bien. El que dice amar a Dios y no lo refleja en sus hermanos es como un espejo sin luz. También él está muerto.
¡Hasta mañana!..