Llegó sin previo aviso y se presentó:
-Soy el buen entendedor.
-Creo reconocerlo -le dije-. Es usted el hombre al que pocas palabras le bastan.
-Me contestó:
-Sí. No.
Entendí entonces por qué era el buen entendedor: dos palabras le bastaban. Para el que hablaba con él, sin embargo, no eran suficientes. La verdad es que el buen entendedor, si bien necesita pocas palabras para entender, necesita de más palabras para que lo entiendan.
¡Hasta mañana!...