Dios hizo las noches de verano para las luciérnagas.
Son tibias esas noches. En ellas se recuesta el viento para descansar. Los árboles duermen. Hay silencio. Ni siquiera se escucha el cintilar de las estrellas.
Entonces se encienden las luciérnagas. Dicen su amor con luz. Es verde su pequeño resplandor. Tiene el color de la esperanza. El amor de las luciérnagas es un esperanzado amor.
Miro a estas leves criaturas que en las tinieblas ponen su fulgor, y de ellas aprendo una lección: si dejas que brille tu luz, tarde o temprano te responderá otra luz. Y si no te responde nada importa. Arriba están las estrellas.
¡Hasta mañana!...