El padre Soárez charlaba con el Cristo de su iglesia.
-Estoy contento, Señor -le dijo satisfecho-. Todos los días he predicado tu palabra.
-Somos amigos, Soárez -le respondió Jesús-, por eso puedo decirte que no deberías estar tan alegre por sólo predicar mi palabra. Creo haberlo dicho antes: "... El que haya practicado y enseñado mis mandamientos será grande en el reino de los cielos...". Fíjate bien: primero dije "practicado", y después "enseñado". El buen ejemplo, Soárez, las buenas obras que hagas en bien de tus hermanos, son mucho más importantes que la pura palabra, la sola predicación.
-Entonces, Señor -se inquietó el padre Soárez-, ¿no es importante predicar tu palabra?
-Es muy importante -respondió el Señor-. Pero las palabras sin obras nada valen, en tanto que las obras sin palabras valen mucho.
¡Hasta mañana!...