A los 12 años de su edad John Dee se propuso leer todos los libros escritos en Europa.
Leyendo empleaba los días y las noches. Por sus ojos iban pasando uno tras otro los volúmenes de la sombría España, la risueña Italia, la adusta Alemania, la placentera Francia. A los 50 años el filósofo remató la empresa. A fin de coronarla se aplicó al estudio de los Libros Sagrados.
Una tarde salió John Dee por el collado y subió al monte. A sus pies se extendía el valle moteado de viñas, con oleaje de trigos y aldeas campesinas. Arriba empezaban a cintilar las primeras estrellas, sonrisa de la noche. Se oyó a lo lejos la canción de una mujer.
Miró John Dee las maravillas del cielo y de la tierra; consideró los prodigios que laten en el hombre, y dijo luego para sí:
-La naturaleza es el libro más sabio. Ella y el hombre son los Libros Sagrados.
Desde aquel día ya no leyó más libros John Dee. Leyó flores, leyó árboles, leyó animales y piedras. Leyó en el interior de sí mismo, y leyó los misterios de la mujer. Decía a sus amigos:
-Ahora sí estoy leyendo.
¡Hasta mañana!...