Va ligeramente la muchacha, como una nube, como un velero, como una luna nueva por la noche. Me pregunto por qué es así su paso, tan leve que casi no pisa el piso, tan airoso que casi no pisa el aire. Nada miran sus ojos, grandes ojos de luz y de agua en los que todo podría caber. Erguida la cabeza, alta la frente, mira los inasibles horizontes de un mundo que solamente ella puede ver.
¿Por qué esa majestad, esa realeza? ¿Por qué esa vaga sonrisa de esfinge sin alas, de Gioconda morena y cimbreante? La linda chica se detiene de pronto frente a un escaparate. En él hay un letrero: "Todo para la novia que se va a casar".
Entra en la tienda, presurosa. Y yo, morador de la varonil ineptitud, siento que pude pasar la yema de los dedos por la piel del eterno misterio femenino.
¡Hasta mañana!...