San Virila salió de su convento. En el camino halló a un hombre triste. Le preguntó:
-¿Qué te sucede?
Respondió el hombre:
-Escucho hablar de los milagros que haces, y me entristezco porque en mi vida no ha habido jamás ningún milagro.
Le dijo el humilde santo:
-Cuenta los días que has vivido a lo largo de tu vida. Cada uno de ellos es un milagro.
El hombre ya no dijo nada. Entendió que la vida es un prodigio tan maravilloso que no deberíamos pedir ninguno más.
¡Hasta mañana!...