San Virila salió de su convento. Iba a la aldea a pedir el pan para los pobres. La mañana era de las más frías del invierno. Caía una lluvia helada, y un viento gélido bajaba del cercano monte.
En eso San Virila oyó unos gritos. Un niño había caído al río; se iba a ahogar. Corrió el santo y ¡oh milagro! caminó sobre las aguas, llegó hasta el pequeño y lo sacó.
La madre, agradecida, besó entre lágrimas las manos del salvador de su hijo. Un hombre que había visto aquello dijo con desdén:
-¡Bah! ¡No sabe nadar!
¡Hasta mañana!...