Tome usted las sinuosas curvas de una mujer, el enhiesto pezón de un breve seno, la piel con leve vello de una doncella núbil, y ponga dentro la turgente carne de una odalisca diestra en dulcísimas delicias.
Tendrá un durazno del Potrero de Ábrego.
Muérdalo. Muerda las sinuosas curvas, el seno, la piel doncella, la carne de alabastro... Un chorro hecho de lluvia y soles veraniegos desbordará su boca como una inundación de miel.
Quedó un durazno sobre la mesa anoche. Uno solo. Sólo uno. Hoy me despierto y la casa está llena de aroma a paraíso terrenal. Si el Cielo no es inodoro, incoloro e insípido, entonces ha de tener el olor, el color y el sabor de este durazno del Potrero.
¡Hasta mañana!...