El otro día defraudé a los encargados de hacer el cobro en una carretera de peaje.
Pagué, sí, lo debido. Pero era el amanecer, y en eso surgió el sol. La madre naturaleza -la hermana, la amiga, la amante naturaleza-, recién salida del baño, estaba aún cubierta con el rocío de la madrugada, y la vi engalanarse con una joyería que brillaba como un aparador de Cartier.
Luego miré, al borde de la carretera, esa orla de hierba verde con espigas de un suave color indescriptible -palo de rosa, o qué sé yo- que ningún pintor podría reproducir.
Pagué religiosamente, ya lo dije, el peaje.
Pero no pagué el paisaje.
Eso con nada se puede pagar.
¡Hasta mañana!...