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Mis árboles antes y después de la helada

A la ciudadanía

MANUEL VALENCIA CASTRO

Después de la helada negra de febrero de 2011, me quedé como muchos laguneros sin árboles en el frente de la casa de ustedes. Cuando me cambié a esta casa, el frente y un lado estaban adornados por siete ficus de muy buen tamaño y excelente vigor, de manera que me guardé mis principios ecológicos de usar especies nativas y/o adaptadas, y acepté los ficus que no sólo son árboles preciosos por sus hojas oscuras y brillantes, sino que además, se prestan para darles la forma más caprichosa que se le antoje al cliente o al jardinero.

Nunca entendí con exactitud cómo se mantenían en tan buen estado, no los fertilicé y siempre los castigué con el agua, de manera que seguramente se buscaron por debajo del suelo algunas fugas de agua de la red, que como sabemos abundan en la Comarca Lagunera. En diez años que tengo de habitar la vivienda, los árboles crecieron frondosamente y su diámetro en la base llegó a ser de 10 centímetros. Formaban un hermoso paisaje, aunque monótono, junto a los árboles similares que había en otras casas, por tramos semejaban calzadas franqueadas por los ficus, laureles y los enormes pingüicos.

Un día soleado de invierno con escasa humedad en el aire empezó a bajar la temperatura, toda la noche continuó descendiendo hasta llegar a temperaturas récord bajo cero, mientras amanecía seguía disminuyendo, al salir el Sol ocurrió un cambio brusco en la temperatura ocasionando literalmente una explosión en las células congeladas, estos daños en la mayoría de los casos fue irreversible; los árboles habían sido quemados por la helada negra y ya no rebrotarían. Después de una espera casi interminable, se perdió la esperanza del rebrote. Poco a poco fuimos removiendo nuestros árboles muertos hasta que las casas quedaron pelonas, desertificadas y expuestas a las polvaredas y a las radiaciones directas de nuestro Sol.

Luego nuestra espera se transformó en un sentimiento de soledad, el silencio de las aves y la falta de contemplación voluntaria o involuntaria que hacíamos a los árboles o quizá el sentirse contemplado por ellos cuando caminamos por las calles o alguna plaza, nos recordó lo perdido. Teníamos que hacer algo y en el verano de 2011, impulsados por el mismo resorte, nos pusimos a reforestar.

El mensaje de la naturaleza era claro, no más especies introducidas desadaptadas. Sin embargo, no todos le hicimos caso, en el barrio, como en el resto de la Comarca, mucha gente plantó nuevamente ficus y laurel de la India, otros combinaron estas especies con otro tipo de árboles con buena adaptación y los menos combinamos estos últimos con especies nativas, esto es, originarias de nuestra región árida y semiárida. En mi caso, planté árboles como el mimbre, el mezquite y el arce negundo (conocido en México como acezintle) los dos primeros nativos de la región y el segundo nativo de Norteamérica, todos me fueron donados por el vivero municipal de Gómez Palacio.

Poco a poco nos hemos ido conociendo, aunque el mimbre y el mezquite me son muy familiares, nunca había tenido la oportunidad de colaborar en su crecimiento y mucho menos de intentar darles forma mediante podas de mantenimiento y formación. Todo el tiempo me están recordando que son árboles silvestres y que como tal debo tratarlos, los excesos de agua los deforman y sacan ramas también en exceso en todas direcciones. Por otro lado, el mimbre que era una rama rala y de no más de medio metro cuando la planté, en un mes estaba produciendo sus espléndidas flores rosas, las cuales carecen de aroma, pero se compensan con el aroma por demás original y perfumado de las hojas y los tallos. Actualmente, a 16 meses que fueron plantados tienen ya casi tres metros de estatura. El arce negundo o acezintle, es relativamente fácil en su manejo, su principal atractivo es su color verde limón y sus tallos verdes, aspecto que contrasta con los colores verde oscuro del moro, la pata de res, la jacaranda, el pingüico, el ficus y el laurel.

Las diferentes especies de árboles que hoy adornan nuestras casas, aumentará la diversidad no sólo de plantas, seguramente también aparecerán especies de aves que no se aparecían cuando dominaba el paisaje monótono. Una multitud de diferentes insectos se alimentará de las nuevas plantas arbóreas. El árbol en este sentido es fuente de vida y refugio además de una belleza y esplendor que invita a su contemplación.

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