Muertos con nombre
A lo largo de este sexenio que termina han muerto más de 50 mil personas en ejecuciones vinculadas al crimen organizado. No lo sabemos a ciencia cierta... porque el propio gobierno decidió suspender la publicación de esta información. Lo que sí sabemos, porque lo registra el INEGI con información de las actas de defunción de todo el país, es que los homicidios dolosos se triplicaron entre 2007 y 2011 al pasar de 8,867 a 27,199.
El problema con estas cifras es que después de un tiempo pierden su capacidad de asombrar o de generar una identificación personal. Son tantas las muertes que al final se pierde no la cuenta, como ha ocurrido con el gobierno mexicano en el caso de las muertes vinculadas al crimen organizado, sino el sentido de humanidad. El problema es que las muertes se convierten en simples cifras.
De vez en cuando, sin embargo, se registra una muerte que por la relevancia de la víctima o de sus parientes recibe una atención especial de las autoridades y de los medios de comunicación. Esto es lo que pasó a partir del 3 de octubre con el asesinato de José Eduardo Moreira, el hijo de Humberto Moreira, ex presidente nacional del PRI y ex gobernador de Coahuila. Lo mismo ha sucedido con muertes como la de Juan Francisco Sicilia, el hijo del poeta y activista social Javier Sicilia.
Todas las muertes deberían ser igualmente importantes para las autoridades y los medios de comunicación. Pero la verdad es que la saturación de información sobre la violencia termina por inmunizarnos a la tragedia que representa cada uno de los fallecimientos. Cuando los asesinados son personas no identificadas, o cuyos nombres se desvanecen con rapidez, hay una tendencia humana a borrar de la memoria la gravedad de la pérdida de una vida humana.
Cuando los muertos son personas conocidas, medios y autoridades se ven obligados a prestar mayor atención. De esta forma podemos darnos cuenta realmente de los costos humanos de la guerra contra las drogas. No es lo mismo hablar del número de muertos de un día, un mes o un año que hablar y conocer a Juan Francisco o a José Eduardo o a los miembros de sus familias.
El propio Humberto Moreira declaró tras la muerte de su hijo que éste era una víctima más de una guerra absurda. Y tiene razón. La guerra contra las drogas ha generado una violencia inusitada al abaratar el costo de los homicidios y las ejecuciones. Previamente los criminales se la pensaban dos veces antes de matar a alguien, especialmente algún personaje importante, aunque sólo fuera por las molestias que esto pudiera ocasionar a la operación habitual de los cárteles. Hoy se ordenan y ejecutan homicidios por cualquier razón.
Quizá el gobierno no tenga más opción que aplicar las leyes sobre delitos contra la salud que rigen en México y el mundo. Pero no podemos cerrar los ojos al hecho de que estas leyes no han hecho nada para disminuir el consumo de drogas y en cambio sí han enlutado a decenas de miles de hogares mexicanos.
Twitter: @SergioSarmient4