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Mujeres juntas... ni difuntas

OPINIÓN

Mujeres juntas... ni difuntas

Mujeres juntas... ni difuntas

Adela Celorio

Nuestra suerte no está en manos de los dioses sino en manos de quien prepara nuestro alimento.

Confucio

Entre mis más recientes y afortunadas adquisiciones, está el libro de Sara Sefchovich ¿Son mejores las mujeres? (Editorial Paidós). Se trata de una lúcida y muy bien fundamentada argumentación sobre el feminismo, esa palabra incómoda que sugiere de inmediato un aquelarre de brujas bigotonas quemando brasieres mientras conspiran contra los hombres; porque ya se sabe que “mujeres juntas, ni difuntas”.

Aunque los primeros brotes del feminismo aparecieron ya en el siglo XIX, fue en los sesenta y setenta del XX cuando el movimiento de liberación femenina se convirtió en una corriente imparable de información y participación activa de muchas mujeres que empezaban a hacerse conscientes de la desigualdad e injusticia que padece la población femenina, o sea que estamos hablando de un poco más de la mitad de la humanidad.

Impulsadas por el vendaval de cambio y la aparición de El segundo sexo, esclarecedor ensayo de Simone de Beauvior, las indignadas de entonces se juntaron, se comunicaron, se manifestaron, e incluso quienes nos quedamos en casa participamos vaga, confusamente, en un movimiento del que casi nada sabíamos pero aun así nos impulsó a vislumbrar expectativas más allá del matrimonio y la maternidad. La universidad, dinero propio y ¿por qué no?, una vida sexual satisfactoria... ¡Por Dios! ¿Acaso había algo mejor que lo que teníamos? Estábamos hartas pero no sabíamos muy claramente el porqué. “Si tu marido te mantiene, no te pega y no te engaña, yo no sé de qué te quejas”, repetía mi abnegada y sufrida mater admirabilis y yo era incapaz de decirle que lo único que no quería en la vida era seguir su ejemplo. No me abnegué y aunque he pagado un alto precio, no me arrepiento.

Para los ochenta el feminismo se había convertido ya en un movimiento bien estructurado y aunque la mayoría de las mujeres seguíamos sin tener demasiado claro el punto de llegada, levantamos el vuelo, sólo para caer en picada a la mitad del camino. Divorciadas, con tres o cuatro hijos, sin un marido que nos proveyera y sin los recursos académicos que nos acreditaran para tener alguna oportunidad en el mundo del trabajo remunerado. Afortunadamente yo pude contar con el apoyo de un hada madrina para volver a estudiar, otras no tuvieron tanta suerte.

Y ahora le cedo la palabra a la señora Sefchovich: Cuando nos enseñan Historia nos dicen: mira este señor, es un guerrero que libró batallas, un rey que gobernó, un arquitecto que construyó, un médico que alivió, un investigador que descubrió, un banquero que financió, un escritor, un empresario, un periodista que ha hecho cosas importantes. ¿Acaso las mujeres carecemos de talento para lo importante? Muy raramente alguna logra colarse en el Olimpo de los grandes hacedores, porque formar seres humanos, alimentar a la familia, cuidarle las heridas, el remiendo de la ropa, el consuelo de la tristeza, el cuidado de la privacidad, el afecto femenino que sostiene a la familia; son tareas que se dan por hecho. Comparado con las grandes hazañas masculinas, ¿a quién le importa todo eso? La historia y la cultura sólo se reconocen desde la vida pública y en los grandes momentos como la guerra, los descubrimientos, las conquistas; y siempre desde arriba, es decir desde el poder.

Y ahora la pregunta que suscitó estas reflexiones: ¿cómo se produce la Historia y cómo se crea la cultura si no a partir de lo que día a día se va viviendo en la intimidad de la casa? Lo que me interesa destacar aquí es que la vida privada, esa que se lleva a cabo dentro del hogar y la familia, es donde se define lo que somos.

Correo-e: adelace2@prodigy.net.mx

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