"Ni a cuál irle", dicen con seriedad. El comentario se repite. Teniendo la boleta completa (salvo el irrelevante Panal) muchos mexicanos no encuentran pasión por ninguno de los tres candidatos a la Presidencia. El lector pensará, pero si a diario veo imágenes de acalorados en mítines, la gente se desgañita por su candidato. ¿Cómo está eso de que no apasionan? Mitad y mitad. La mitad de los electores -más o menos- tienen una simpatía partidaria y lo más probable sea que voten en ese rumbo. La otra mitad se declara independiente. Las imágenes que se ven son exclusivamente de los militantes activos (o hiperactivos) que se toman el trabajo de ir a un mitin y quieren saludar a SU candidato. Pero hubo otros preferidos: los marcelistas, los corderistas, etc. Los apasionados son la excepción. El "manifestódromo" confunde.
Pero resulta que el voto duro no le alcanza a ninguno de los partidos grandes para ganar. Necesitan convencer a por lo menos una parte de los indecisos, de la otra mitad. Son ellos los que dicen, "ni a cuál irle". Los ven pequeños frente a los retos del país, les critican sus retóricas vacías y sin compromisos claros. No les falta razón. En las precampañas los señalamientos duros entre colegas de partidos son muy limitados. Hasta ahí estamos, en las confrontaciones internas. Será hasta abril que inicien las campañas. Pero ahora, gracias a la absurda nueva ley electoral, las "campañas negativas" -sea esto lo que sea- están prohibidas. Eso inhibe las confrontaciones y críticas. Por ejemplo, ¿cuáles son las diferencias en propuestas sobre seguridad? Los tres han afirmado que regresarían a las Fuerzas Armadas a sus cuarteles pero, ¿y cómo las van a suplir?
"Ni a cuál irle" tiene resabios del presidencialismo cuando desde arriba se promovía y cuidaba a distintas figuras -secretarios de Estado por lo general- para que cobraran relevancia nacional. Nos dolíamos de ese trance. "Ni a cuál irle", carga con el mito de "El Tapado" del que se decía traía las cartas bajo la manga. De "El Tapado" se suponía que el Gran Elector conocía mejor que nadie sus cualidades, aunque fueran ocultas a la ciudadanía. Ahora resulta que están desnudos frente a una opinión pública muy activa y crítica. No hay protección posible. Sus debilidades son conocidas y confirmadas una y mil veces. Que si fulano o fulana es un mentiroso o superfluo o un demagogo. Hay una realidad: la clase política le quedó chica a México. No estamos frente a auténticos líderes, estadistas con visión del mundo y de su país, como Havel o Mandela. A ninguno de ellos lo vemos en un futuro plasmado en nuestra moneda como ocurre ahora con Mandela.
En el "ni a cuál irle" también hay añoranza de liderazgo, búsqueda de personajes excepcionales lo cual tiene sus riesgos. Hoy México es un país mucho más institucionalizado. Hace treinta años el presidente y su mayoría en el Congreso eran capaces de plasmar en la Constitución los lemas de campaña. Hoy nos quejamos de la dificultad para lograr modificaciones menores con sentido de futuro. En el "ni a cuál irle" se extrañan las definiciones desde las alturas por El Guía y o Mesías que conocía mejor que nadie lo que le falta al país. Hoy por fortuna nadie puede imponer el rumbo. Todo tiene que ser negociado, pactado no sólo entre los partidos sino incluso al interior de los partidos. Lo estamos viendo con las modificaciones al 24 constitucional: lo aprueba el PRI en la Cámara de Diputados y para bien lo frena el propio PRI en el Senado.
"Ni a cuál irle" es un lamento útil si se capitaliza, si se logra que la elección sea por una agenda sobre de los grandes problemas y las soluciones que se demandan, si esas discusiones se socializan y la sociedad se involucra, habrá un avance. Esas soluciones ya no están -de nuevo por fortuna- en manos de una sola persona. Esas soluciones suponen una difícil ruta de entendimiento, de construcción de acuerdos entre los mexicanos. En ese sentido "ni a cuál irle" puede ser una buena oportunidad para que la ciudadanía crezca. Ya no estaremos depositando el futuro en la confianza que nos infunde tal o cual candidato. Tampoco estaremos esperando que de Los Pinos surjan las grandes soluciones que se imponen a la población.
"Ni a cuál irle" señala lo que sabemos: ninguno de los tres probables tiene conocimientos profesionales extraordinarios, ni la madera de un gran líder. Han administrado, pero se extraña el temple, la congruencia y visión de largo plazo que hoy no se perciben. El asunto es más grave, esa grandeza de miras, esa nobleza de ánimo que no vivimos en la alternancia y en la olvidada transición, la hemos perdido como país. En ese sentido, los tres son representantes de ese México empequeñecido. La democratización de México, nuestra historia reciente, ya fue diferente. Salvo Cuauhtémoc Cárdenas, careció de grandes personajes. Pero también está el otro lado, una fortaleza institucional que seguimos sin reconocer y que no necesita nuevos héroes.