M Is visitas cotidianas a los desayunos con el Cuate, me han permitido hacer nuevas amistades.
Un grupo de ellas, es el que se reúne los viernes a degustar los excelentes platillos que ahí se preparan. Es en grupo nutrido y permanente, que tiene como común denominador que la mayoría son hijos de inmigrantes, cuyos padres llagaron a estas tierras hace ya varias generaciones.
Me agradaba verlos reunidos, antes de que me juntara con ellos, porque me hacían recordar a las mesas de sus padres, pues hacían lo mismo, sólo que los viejos solían tomar café turco.
Pues bien, comencé a acudir los viernes para desayunar con ellos y me sumé a otra costumbre muy grata: Cada viernes último de mes, se reúnen para comer.
Junto conmigo, acudió también mi amigo Pancho y ambos comenzamos a disfrutar de ratos muy agradables de convivencia.
Juan José, Jacobo, los Javieres, Junior, David, Manuel, Félix, Jaime, Guillermo y Jesús, entre otros, tienen su propio anecdotario y desde luego referencias simpáticas a sus padres, como cuando pronuncian el nombre de algún paisano indeseable o a una cosa desagradable y escupiendo al suelo, al tiempo que dan un pisotón, pronuncian una frase que, sabe Dios cómo se escribirá, pero se escucha así: "Shug Ada".
Pero además, son excelentes anfitriones y buenos gourmets, porque en las comidas, para empezar, suelen servir, exquisitos platillos libaneses cocinados con fórmulas ancestrales, de esas que van pasando de generación en generación.
De manera especial, Junior, se aplica en el asador y no permite que nadie más cocine, así se trate de carne roja, pollo, lechón o salmón. El punto de cocción lo marca él y siempre es el ideal.
Javier (Cartier) se encarga de los tintos y no se separa de las botellas en toda la reunión; y su tocayo es el responsable de arrimar a la mesa todos los demás ingredientes que hagan falta para una buena reunión.
Manuel pone su granito de arena contando chistes o diciendo ocurrencias que sólo a él se le ocurren o recopila de mil partes.
Todos los demás, departimos y degustamos mientras está lista la comida o hasta que llega Concho.
Este último es un personaje sampetrino, trovador de los de antes que con tan sólo su guitarra, anima sobradamente la reunión, pues no hay canción que le pidan que no se sepa.
Ya entrados en gastos, mi estimado Pancho, que en eso de la cantada heredó a su padre, se arranca con puras romaticonas y los recuerdos de viejos amores acuden al instante.
Por su parte, Juan José, hace lo propio, pero cantando su canción preferida: "El diablo y yo"; ésa no pude faltar en el repertorio.
Y ya en la cumbre del delirio, Concho, saca de su maleta mágica una serie de instrumentos musicales que reparte entre la concurrencia y cada cual, agarra el güiro, el pandero, las maracas y otros más para sumarse a la orquesta improvisada que hace las delicias de la concurrencia.
Es verdaderamente gracioso ver bailar, pandero en mano a David o a Javier; al Cuate tocando el güiro y cantando su canción preferida. Todo el mundo se anima y en ocasiones las reuniones terminan bien entrada la noche.
Son gratos momentos de esparcimiento, rodeados de amigos, cuyo común denominador es simplemente el saber disfrutar la vida y la buena comida, porque como dicen ellos, cuando sirven por ahí un salmón a las finas yerbas: "Esto, ni el Papa, papá".
Y creo que en efecto, Su Santidad, entre los muros del Vaticano, puede no disfrutar de tan grata compañía ni tan ricas viandas, como lo hacemos nosotros en esas reuniones mensuales.
Es posible que la de este mes me la pierda porque andaré en Guadalajara, en la Feria del Libro, que, dicho sea de paso, será en honor a Carlos Fuentes. Pero ya habrá oportunidad de reponernos en la posada.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar, que Dios te guarde en la palma de Su mano".
