No hay peor juez que un hijo: sexoservidoras
Es invariable. La palabra hijo las lleva a negar con la cabeza, a tragar saliva, a casi no poder expresarse. Día de las Madres es para ellas desaliento. Desconcierto. Un tema casi intocable.
Es sensación de fracaso. Es descontento y a veces abandono. Es tener que explicar por qué no estuvieron ahí mientras ellos crecían. Es un muro hecho de ausencias que no es fácil traspasar. Es "no tener cara", dicen, para explicarle a los hijos por qué fueron lo que fueron.
Algunas han aprendido a conformarse con la distancia de sus hijos. Otras no. Para unas, la palabra hijo significa lejanía de lo que debería ser cercano.
En sus cuartos no hay portarretratos a la vista con imágenes de los suyos, a pesar de que dicen haber trabajado, "toda la vida y a todas horas", justamente para mantener a sus hijos. Guardan fotografías de ellos debajo del colchón; las imágenes están a la mano, pero no tanto, porque al final del día prefieren no recordar. Es un intentar no abrir heridas. Ellas duermen sobre su pasado, y por la mañana, mientras hacen su cama, tienen la certeza de que sus historias continuarán ahí.
Diez de mayo es para ellas sólo una fecha más en el calendario. Para algunas es un día que debería borrarse; para otras, sólo una fecha en que se come pastel. Ellas permanecen en el albergue Xochiqueztal, una casa para sexoservidoras de la tercera edad.
"¿Por qué no me cuidaste?, "¿por qué nunca estuviste con nosotros?", "¿por qué tu abandono?", "hubiera preferido que comiéramos tortillas con sal, pero cerca de mi madre!", son algunas de las preguntas y reclamos recurrentes que sus hijos le hacen María. Ella es una sexoservidora de 66 años, aún activa, "pues necesito sobrevivir", dice.
María R. se embarazó. Tenía 23 años. El padre de su hijo le exigió que abortara. No accedió. Mientras el niño crecía, estudió la secundaria y la preparatoria; le faltó un semestre para recibirse de maestra. "Después me enamoré del padre de mis dos hijas, pero me traicionó con mi mejor amiga, por lo que decidí que tenía que trabajar para mantener a mis hijos.
"Salí a la calle. Era bonita, tenía buen cuerpo y tres hijos que mantener. En esa época se pagaba cinco pesos por irte con un hombre, pero si querían acostarse conmigo debían pagar 30 pesos. Mi cuerpo valía mucho más que seis pesos. Llegué a cobrar hasta 70 por servicio a señores que tenían coche. En esa época las sirvientas ganaban cinco pesos diarios; a mí eso no me alcanzaba para vestirme y vestir a mis hijos.
"Después, mi hija más pequeña enfermó de leucemia. Yo ya no podía trabajar como antes, porque debía cuidarla". Por eso le pidió a una comadre que se llevara a los mayores a vivir con ella a Michoacán "y así darles todo lo que ellos fueran necesitando. Por lo menos una carrera como la que yo no tuve", comenta María, quien siguió trabajando en el sexoservicio mientras cuidaba de su hija, que murió cinco años después.
María dejó de ver a sus hijos cuando tenían 9 y 7 años, respectivamente. Se reencontró con ellos en una Navidad, 16 años después, a instancias del marido de una de sus hijas. Ninguno de sus hijos sabía que ella entraría por la puerta esa noche, y su reacción fue salir en cuanto la vieron. Su hijo nunca más volvió a procurarla; su hija le envía 50 pesos a la semana. Ella les ha dicho que vive en una casa-hogar, pero nunca que fue sexoservidora.
"Eso sí -comenta- mis hijos siempre estuvieron muy bien vestidos, con zapatos limpios, con los libros que iban necesitando, con sus mochilas, y hoy son profesionistas gracias a que yo siempre les enviaba dinero", dice.
Hoy, María vende lo que borda; guarda con ella los cuadernos donde ha escrito poesía, y dice: "Mi mayor sacrificio fue dejarlos. A ninguna madre le deseo que tenga que pasar por eso. Mi hijos piensan que fui sexoservidora por gusto, porque era fácil, pero con una hija enferma y dos hijos más, ¿qué podía hacer?".
'MI NIETO Sí QUE ME QUIERE' Adriana recibió un balazo en su pierna derecha mientras intentaba escapar de un hombre que la violaba. Tenía 14 años, era mesera. Desde entonces, "y por una discapacidad que ya no me permitía desplazarme, comencé a dedicarme al sexoservicio"; total, sólo necesitaba estar acostada y cobrar".
Hoy tiene 61 años y sigue ejerciendo, "pues no tengo a nadie que se ocupe de mis necesidades, y mi hija sólo me da 20 pesos cuando me encuentra en la calle".
Tuvo un hijo producto de esa violación. Después nacieron dos hijas más. El padre de las niñas la abandonó y ella decidió dejarlas con una hermana que vivía en Morelos; a su hijo lo cuidaba su padre, hasta que éste murió.
En tanto, siguió trabajando sin que su familia supiera en qué. "Los visitaba cada 15 días para darle dinero a mi hermana. Después supe que ese dinero lo usaba para sus hijos, no para los míos".
Actualmente Adriana no convive con ninguno de sus hijos, de 43, 42 y 39 años. Para ella el Día de las Madres es sólo un motivo para recordar que "ellos, los tres, me dieron en la madre".
Dice que una de sus hijas le robó ahorros que le permitirían dejar el albergue y rentar un cuarto: "Mis hijos no son malos, pero sí ingratos. Sólo me buscan cuando saben que tengo dinero; pero mi gran alegría es mi nieto, ése sí que me adora".