Afirmé en mi contribución anterior que producir alimentos es la actividad humana más destructora de los ecosistemas naturales. Ha sido así siempre y lo seguirá siendo. Pero también afirmé que nadie puede demandar un alto a la producción de alimentos para conservar a la biodiversidad. Lo que debe ocurrir es usar formas de producción que minimicen su impacto ambiental y tener conciencia de que lo que "acostumbramos" comer, es decir la dieta que adoptamos, determina en alto grado el impacto ambiental, o huella ecológica, de la producción de alimentos. Cómo escogemos esas dietas resulta de costumbres, tradiciones y, recientemente, de un mercadeo -insidioso pero muy eficaz- que nos rodea por doquier en los medios, en los supermercados, en los restaurantes, etcétera.
En unas cuantas décadas -en el espacio de sólo dos generaciones de humanos- el sistema de producción agroindustrial (que se torna crecientemente transnacional) ha modificado profundamente las actividades productivas del campo y los hábitos alimentarios de naciones enteras y en consecuencia el tipo de demanda de alimentos que genera. Esa industria, que produce alimentos "baratos", caracterizados por ser de altos contenidos calóricos y bajo valor nutritivo, encara ya serios problemas de sustentabilidad en términos de disponibilidad de tierra para producir, de insumos (agua, fertilizantes, depauperación de los campesinos) pérdida cultural, contaminación por agroquímicos, emisiones de GI's, etcétera.
Bajo las apariencias de un sistema agrícola opulentamente productivo, existe un sistema altamente vulnerable a crisis de todo tipo: socioeconómicas, climáticas, políticas e incluso financieras, como lo hemos visto recientemente.
Por lo general, la gente de las ciudades -desconectada de los sistemas de producción de alimentos en el campo- ignora las implicaciones de comer un tipo de alimento u otro. Por lo tanto hay un reto explícito para definir y lograr dietas sustentables y así lograr la ecuación de una dieta saludable y satisfactoria para la gente, que al mismo tiempo sea sustentable de producir para el país. Preferir los alimentos producidos a corta distancia limita los costos energéticos de su transporte y es una de las mejores formas de acercar a los consumidores con los productores de alimentos y entender mejor el efecto ambiental de un tipo de alimento u otro. Incluso el Banco Mundial ha expresado serias preocupaciones en relación a la producción alimentaria mundial debido "a la extrema sequía este año en EU, el año pasado en Rusia," que ha resultado en el "aumento en el precio de los alimentos y que afecta en especial a las sociedades pobres" (¡qué sorpresa!), las cuales responden sacando a sus hijos de la escuela y comiendo comida chatarra. Las recetas sugeridas por el presidente del banco mencionan "aumento en la agricultura, financiamientos fast-track, etcétera". Pero no hay una mención acerca de cómo lograr una mayor producción de alimentos de forma sustentable.
Optimizar la producción de alimentos en sí no puede ser el único factor para tomar en cuenta al satisfacer las demandas alimentarias. Hay que optimizar conjuntamente todos los eslabones de ese complejo sistema que tiene elementos como la producción pecuaria, las pesquerías, competencia por recursos alimenticios con los biocombustibles, el balance de las transacciones entre servicios ambientales (v.g. producción de alimentos vs mantenimiento de suelos, captura de agua de lluvia y de CO2). Mejorar sólo uno de los eslabones a costa de los otros no produce una cadena más robusta.
Termino con el comentario del Comisionado Especial de la ONU para los derechos a la alimentación, Olivier de Schutter en su visita a México: "Los pequeños productores pueden duplicar la producción agrícola en pocos años, si los sistemas agroecológicos intensivos reciben el apoyo de políticas públicas y de la investigación agrícola nacional". Seguiré con este tema.
Investigador emérito de la UNAM y coordinador nacional de la Conabio.