VAN GOGH, FILADELFIA Y LA PSIQUIÁTRICA AMERICANA
Intentar comprender la obra y la vida de cualquier individuo, sea de un genio creativo como Van Gogh, o de cualquier otro, sea también alguien genial o cualquier otra persona común y corriente, implica naturalmente conocer más a fondo las vueltas, los detalles y los rincones de tantas de las experiencias de que ha estado conformada su existencia, como si se tratara de cientos o miles de fragmentos pertenecientes a una especie de rompecabezas humano, que a la larga se han ido integrando a través de los años y de las diversas etapas de su desarrollo, para finalmente entregarnos una imagen, un modelo de hombre o de mujer, con una cierta identidad y por lo tanto, con ciertos rasgos específicos de personalidad, lo que precisamente le confiere esa especial característica de ser único en el mundo. Así sabemos entonces que no ha habido, ni habrá tampoco otro Vincent Van Gogh en este planeta. Igualmente, así confirmamos también que por lo pronto y hasta el momento, cada uno de nosotros hombres y mujeres, con identidades y rasgos de personalidad específicos, somos asimismo únicos como seres humanos. Al revisar pasajes de la vida de Van Gogh, llaman la atención algunos de esos fragmentos sobresalientes que posiblemente nos ayuden a conocerlo y comprenderlo un tanto como individuo: su profunda educación religiosa como el hijo mayor en una familia con un padre pastor calvinista; su incierto deambular como adolescente y aún como adulto joven, en tantas actividades y sitios diferentes, que lo hacían emigrar una y otra vez para luego volver al núcleo familiar, desorientado y sin que al parecer, como todavía sucede con tantos jóvenes de nuestro tiempo, nunca pudiera llegar a cortar por completo el cordón umbilical para lograr su total autonomía; la intensa y simbiótica relación con su hermano Theo, quien lo animó y lo apoyó en su carrera artística como pintor, tanto en los aspectos económicos, ya que durante diferentes etapas, Theo le solventaba sus gastos y realmente lo mantenía, al igual que en los aspectos emocionales, como se comprueba en las largas y productivas conversaciones que ambos desarrollaron a través de su correspondencia durante muchos años, hasta el día en que Vincent decidió suicidarse. Es interesante además, el hecho de que en sus últimos años de vida, en que decidió mudarse al sur de Francia, bajo las cálidas tonalidades de los cielos y del sol provenzal, esa cierta oscuridad y lobreguez que tiñó sus dibujos y pinturas de la primera época de su vida en la que convivió con los mineros y granjeros holandeses, sufrió una total transformación de formas y colores, de intensas y apasionadas radiaciones de luz y de vitalidad, de ritmos hipnóticos y convulsivos que todavía inundan sus lienzos y se desbordan hacia el observador, hacia los espacios externos, hasta convertirse en ese universo único e inconfundible que admiramos, que amamos y que sabemos solamente puede pertenecer a él. Y es precisamente en esa última etapa, en la que parece dominar esa explosiva e inmensa ola de creatividad, de la que surgieron una gran cantidad de sus obras, y la que curiosamente coincidió además con una mayor frecuencia de sus crisis nerviosas, que inclusive le obligaron a internarse por una temporada en un sanatorio psiquiátrico. ¿Es acaso posible correlacionar de alguna forma ambos procesos, el de su creatividad, con el de su enfermedad? ¿Cómo integrar, reconocer, analizar y comprender esos fragmentos de su existencia, para explicarnos la genialidad de un ser humano como éste?
De la misma forma, podemos tomar en cuenta las experiencias y fragmentos de una vida totalmente opuesta: vacía, delincuente, corrupta, criminal, fraudulenta, narcisista, sin escrúpulos, sin educación adecuada, enfocada por completo a la ambición, a la consecución del poder y del dinero, sin importar los medios, ni tampoco la brutalidad con la que se perjudica a los demás. ¿Acaso serán éstos también los síntomas de un sujeto genial o de alguien que padece una enfermedad seria, un trastorno social, cultural o psiquiátrico grave, en los que desgraciadamente no parece abundar la creatividad, excepto cuando la llamamos delincuencia pública? Es cierto que quizás la vida de Van Gogh y la de tantos de nuestros políticos, sobre todo aquellos que todavía no se quieren destetar, ni abandonar el escenario, no parezcan tener nada en común, pero de todos modos, creo que éste podría ser un excelente tema para reflexionar el día de hoy, cuando está en juego nuestra salud mental para los próximos seis años, y estamos decidiendo ir a votar (Continuará).