VAN GOGH, FILADELFIA Y LA PSIQUIÁTRICA AMERICANA
Antes de entrar de lleno en el contenido de este excelente congreso de la Asociación Psiquiátrica Americana que se llevó a cabo en Filadelfia, es difícil separarme de Van Gogh y de su obra, no sólo por los intensos efectos hipnóticos que de ella irradian y lo aprisionan a uno, sino también por varios de los aspectos sobresalientes de su vida que llaman la atención y que invitan a reflexionar sobre ellos, especialmente aquellos relacionados con la forma en que decidió darle fin a su existencia, y el efecto que ello tuvo en su hermano Theo. El suicidio es sin lugar a dudas, una experiencia mucho más común de lo que creemos, sumamente trágica y dramática, a veces sorpresiva pero en ocasiones también vislumbrada o sospechada. Se trata del tipo de urgencia al que estamos expuestos los médicos en general, pero sobre todo los psiquiatras en particular, en la relación que mantenemos con nuestros pacientes. Una valoración clínica minuciosa y adecuada del paciente, que nos ayude a conocerlo y comprenderlo lo mejor posible, a reconocer las señales verbales, conductuales o emotivas que transmite en relación con su percepción oscura, triste y decepcionante de la vida, que le hacen abierta o veladamente manifestar sus intenciones de abandonar este mundo para siempre, le permiten al clínico alertar los sentidos, reconocer las señales y tratar de encontrar la forma de prevenir un desenlace tan terrible como es el suicidio. Aunque las depresiones como enfermedad psiquiátrica tienden a ser una de las causas más frecuentes de este tipo de ideaciones con resultados funestos, existe toda una gama de factores, criterios, justificaciones o experiencias muy personales para cada caso, sea que se trate de niños, de adolescentes, o de adultos de todas las edades, desde los muy jóvenes hasta los más ancianos, que funcionan como factores precipitantes o detonantes finales del suicidio. Y pensando en Van Gogh, uno se pregunta forzosamente qué tipo de ideas, ilusiones y preocupaciones paseaban por su mente, qué tan profunda era su soledad y la oscuridad que cargaba en su interior para intentar invadirla, llenarla e iluminarla con toda esa impulsividad y exhuberancia de emociones tan contradictorias, desbordadas a través de sus pincelazos y tonalidades. ¿Cuáles eran sus sueños y sus necesidades? ¿Cómo se percibía a sí mismo como hombre, como artista y como ser humano? ¿Cuál era su lugar en ese convulso universo donde los cielos parecían confundirse con los trigales, girando como gigantescas olas que amenazaban estallar y tragarse lo que encontraban a su paso, y en donde casi se perdía el horizonte para convertirse en un todo abigarrado y vigoroso? Tal vez, el Dr. Gachet, su médico o su psiquiatra, nos lo podría comentar desde esa posición inconfundiblemente azul, pensativa y lejana, en la que Vincent lo inmortalizó en su retrato.
El 27 de julio es el aniversario de la muerte del artista, hace ciento veintidós años. Curiosamente, casi de inmediato murió su hermano Theo, aquel hermano que lo cuidó amorosamente y con quien mantuvo una relación tan cercana y casi simbiótica, como si fuese difícil que ambos pudiesen llegar a separarse, y de algún modo la muerte los uniera nuevamente. Se trata de una experiencia interesante que se da con cierta frecuencia en parejas de esposos, hermanos, padres e hijos, o hasta amigos cuando la relación es tan íntima, de manera que la muerte de uno se acompaña casi inmediatamente por la del otro, mediante esa especie de lazo que los ha unido a ambos con tanta intensidad, al grado de no lograr separarse ni siquiera ante la muerte.
Se podría decir, que la muerte de genios como Van Gogh y tantos otros, deja un vacío en este mundo, sólo compensado por su obra, gracias a la cual se mantendrán vivos para siempre. A pesar de ello, este artista puede estimular en nosotros un duelo, que nunca será definitivamente tan intenso, ni tan exasperante como el duelo que los mexicanos cargaremos por los próximos seis años, tras esa experiencia electoral casi suicida del domingo pasado, en la que supuestamente, dictó el IFE que el país en su "ensueño nostálgico y retro" ha decidido regresar al pasado, con los ya hartamente conocidos personajes en forma de ratones ventrílocuos, títeres pubertos, cirqueros añejos, trapecistas adiestrados, prestidigitadores amañados, contorsionistas y malabaristas con o sin máscara, entes todos de nuestro típico escenario feudal y cavernario propio de la "Era del hielo I", en el que aparentemente todavía no alcanzamos la madurez adecuada, ni estamos preparados para discernir y pensar en otra dirección. Va nuestro duelo por Van Gogh y otro mayor por nosotros mismos en México (Continuará).