VAN GOGH, FILADELFIA Y LA PSIQUIÁTRICA AMERICANA
¿Qué tanto podemos identificarnos con personajes como éstos que parecen tan lejanos y a la vez nos acercan a la profundidad de nuestro árbol genealógico como una especie de abuelos muy distantes? ¿Qué tan diferentes de ellos somos los humanos actuales y qué tanto portamos arquetipos eternos, con la misma sangre y los mismos genes que nos impulsan a seguir formando parte de dramas como éstos? La mitología y el teatro griego fueron construidos como un universo ilimitado de dioses, semidioses, héroes y heroínas, monstruos y seres legendarios ungidos con todos los rasgos y todas las pasiones que los humanos somos capaces de poseer con o sin la cotidianeidad de nuestras máscaras; como un enorme espejo arquetípico en el que todos nos podemos reflejar, identificar y proyectar, desnudos frente al reflejo de nuestra propia realidad. Quizás por eso, dicho universo tan antiguo sigue formando parte de nosotros, e inclusive, a lo largo de los tiempos se ha llegado a convertir en un terreno fértil para el arte y la literatura en general, e inclusive para el desarrollo de estudios y teorías psicológicas sobre personajes tan variados como Edipo o como Electra, retomados por diferentes autores como Freud o como Jung y tantos otros que han seguido bebiendo y alimentándose de ese manantial interminable. Por lo mismo, estamos perfectamente conscientes de que tragedias como ésta persisten en la actualidad y se llegan a presentar como vivencias terribles y dramáticas de nuestros tiempos, de tintes más o menos sanguinarios, más o menos feroces y violentas, con dosis variables de dolor y sufrimiento, de rabia, de celos o de rencores escondidos, de angustia y desesperación ilimitadas, o simplemente como la salida de impulsos irracionales sin motivos aparentes tan frecuentes en el presente; tragedias que en ocasiones salen a la luz y encabezan las ocho columnas o los titulares de los noticieros matutinos, según se presenten como más públicas o más privadas, lo mismo en los hogares más humildes que en los círculos sociales más encumbrados.
Es así como Electra sigue penando y gimiendo entre nosotros, viva y doliente, como una especie de fantasma que se arrastra cargando sus rencores, su odio y su sed de venganza, llorando la muerte de su padre, maldiciendo la infidelidad de su madre y las carencias que le hayan heredado. Asimismo, Orestes, Agamenón, Clitemnestra y Egisto se pasean en el presente como personajes universales que mantienen una posición necesaria entre nosotros y representan esa línea sutil entre nuestra realidad y nuestros deseos inconscientes, que sin duda alguna, Strauss ha sabido captar, transmitir y sublimar magistralmente a través de las voces y los acordes de una obra tan impactante como ésta.
Sin embargo, en México a diferencia de la Grecia antigua, también contamos con personajes semejantes, pero en roles de antihéroes y antiheroínas, de antidioses y antisemidioses, así como de toda una interminable colección de monstruos y seres híbridos legendarios, creados por nosotros mismos, que existen, respiran, pululan y se duplican vertiginosamente a nuestro alrededor, pero que a diferencia de la mitología griega y de tales obras de teatro, los rayos de Zeus jamás los alcanzan ni los parten, los coros simplemente los adulan sin acusarlos ni castigarlos, por lo que se mantienen impunes sin reconocer su responsabilidad e indiferentes a las consecuencias de sus actos, escondidos siempre tras sus máscaras hieráticas, mientras se desvanecen mágicamente en ese olvido mexicano promovido por los mismos dioses de un olimpo artificial cirquero, quienes los encubren bajo unas mangas tan anchas como lo son sus fauces canibalísticas imposibles de saciar, fauces con las que suelen escupir las sólitas promesas que jamás cumplirán. Así hablan los oráculos en México y así representamos las tragedias griegas, traducidas y enriquecidas (Continuará).