¿P Or qué del revuelo? Calderón, como cualquier presidente en una democracia, tiene derecho a expresar sus inclinaciones políticas. Es imposible que deje de hacer política. Defender las acciones de su gobierno o criticar los errores de otras gestiones, es hacer política. Nadie en su sano juicio puede requerirle negarse a sí mismo ese derecho. En palabras de Ciro Gómez Leyva, "Nadie está pidiendo un Calderón castrado". Eso sería lo normal en cualquier democracia consolidada. Pero en nuestra historia reciente, en la cual a diario se está construyendo una vida democrática, existe una serie antecedentes institucionales que explican el resquemor y el enojo.
La premisa es sencilla. El panismo criticó durante décadas acremente los excesos del presidencialismo mexicano. Las fronteras entre jefe de Estado y de gobierno no se respetaban. Basta con revisar las intervenciones del 15 de septiembre en la ceremonia de "El Grito" para recordar cómo cada mandatario introducía sus héroes predilectos o eliminaba a los que gozaban de menor simpatía. Actuaban en su calidad de Jefes de Estado. La expectativa era -si los gobiernos panistas hubieran sido congruentes- que con la alternancia desaparecieran esos excesos. Pero no ha sido así, de hecho se podría argumentar que se han agravado.
1.- ¿Jefe de Estado o Jefe de Gobierno? Todos sabemos que las dos figuras recaen en el Ejecutivo. Eso exige una enorme cautela en el discurso presidencial. Por supuesto están las ceremonias formales en las cuales el presidente representa a la nación y que deben ser de una total asepsia política. Pero ni siquiera en ésas se ha cumplido el mandato. Fox con el crucifijo en la mano pocos minutos después de haber recibido la banda presidencial. Fox ante la Cámara de Representantes de los Estados Unidos haciendo una improcedente crítica al priismo. Calderón denostando en el exterior al priismo y de pasada al país que representa. La lista es muy larga. En doce años, desde la alternancia, el panismo ha sido incapaz de construir un discurso de Estado que procure coincidencia nacional y armonía. Llevamos doce años en los cuales las principales provocaciones de discordia nacional han salido de Los Pinos. Fox y Calderón son, en muy buena medida, responsables de la tensión y de la falta de acuerdos.
2.- Los territorios nebulosos. Si en doce años, ni siquiera en los actos de Estado se han sabido guardar las formas, qué decir de esas otras áreas en las cuales el ejecutivo puede actuar y entrometerse en la vida electoral. Eso es lo que se critica. En las elecciones intermedias de 2003, contra todo principio de equidad, Fox introdujo algo así como millón y medio de spots para beneficiar al PAN, hizo campaña sin el menor recato. El IFE ejerció sus mejores oficios para que los spots fueran retirados. Pero no fue sino hasta que hubo la amonestación formal, que Fox acató. Llegó hasta el extremo. Cero cautela, cero prudencia. Provocación. Por cierto perdió en la elección. Pero después vino el desafuero, el presidente panista utilizó toda la fuerza de su aparato en contra de un opositor. La acción fue descarada. La polarización del proceso de 2006 se debe en muy buena medida a los prolegómenos. Calderón tuvo la oportunidad de ser diferente, pero actos como el llamado "Michocanazo", las decenas de averiguaciones previas a priistas o la reciente acción a la par contra tres exgobernadores priistas, son ejemplos hasta dónde está dispuesto a llegar. ¿Por qué confiar en él?
3.- La obsesión. Fox y Calderón desnudaron su obsesión. Su espíritu democrático tiene una severa limitación: no tolera la existencia del PRI. Sus anhelos y sueños de la democracia en México pasaban por la extinción del PRI. La conquista del poder valía la pena para acabar con ellos. El problema es que la terca realidad fue otra. Fox se tomó la primera foto con la dirigencia priista, su principal interlocutor, después de la elección de 2003. Perdió un tiempo muy valioso. Calderón no ha desaprovechado una oportunidad electoral para impulsar el antipriismo. Ahí están las coaliciones y los coqueteos con un potencial candidato de unidad en 2012. Primero va el antipriismo, después las convicciones. Si para ganar hay que incidir en cohecho, compra de voto, uso de recursos públicos o programas sociales, cualquiera de los viejos trucos priistas, pues ni modo. Lo primero es lo primero. ¿Cuál es la diferencia? Este es el contexto. No estamos en Suiza.
El presidente va a la reunión de consejeros de un gran banco. Estamos en un período de "intercampañas". El espíritu de la ley que él aprobó mandata silencio. Aprovecha la ocasión para, con una encuesta pagada con recursos públicos hecha por una empresa poco conocida, contradecir las tendencias de las casas más acreditadas y sembrar así la duda sobre la posición de la candidata panista. Entre el auditorio hay opositores a su partido. ¿Para qué, por qué? Por eso el enojo. Fue otra provocación, otra victoria de las costosas obsesiones.