Una de las expresiones españolas o refranes más usados en nuestro país es el de "ojos que no ven, corazón que no siente." Estaremos todos de acuerdo que este dicho no tiene un solo significado, para algunos significa que tu corazón no siente nada de lo que ocurre porque simplemente lo desconoces, otros, lo entienden como una manera de mentir o de ocultar algo para evitarle la pena a alguien, una "mentira piadosa" sería lo más aproximado a esto; en ocasiones se aplica de manera voluntaria en aquellas cosas que preferimos no ver para no lamentarnos y quizá la interpretación con la que más coincido es aquella que aplica lo que dijo Aristóteles hace más de 2,300 años: "no se puede ser feliz sino al precio de cierta ignorancia", mi coincidencia estriba en el uso de la ignorancia como forma de evitar la realidad. Esto último ocurre en la manera como percibimos los beneficios que la naturaleza nos prodiga, simple y llanamente lo ignoramos y por tanto, si están en franco descenso ni nos enteramos y no hay nada de que lamentarse.
Los beneficios que recibimos de la naturaleza se conocen como servicios ambientales, de éstos los más reconocidos y menos ignorados son los de provisión, los cuales por supuesto son valorados económicamente. Ejemplos de éstos son la provisión de agua dulce, de alimentos, de fibras, de madera y de combustibles. Existen muchos otros que ni siquiera percibimos o no nos damos cuenta de su presencia, pero que sin embargo están ahí actuando como soporte de la vida, el reciclado de nutrientes, la formación del suelo y la productividad, regulando nuestro clima, impidiendo las inundaciones, las enfermedades y las plagas, purificando el agua y manteniendo la calidad del aire. Estos beneficios fundamentales para la vida no son valorados económicamente, son sencillamente ignorados.
Veamos un ejemplo de cómo la ignorancia de los mencionados servicios ambientales produce la indolencia del corazón cuando se ven menguados al grado de poner en peligro la existencia de la especie humana y una gran cantidad de especies que forman parte de la biodiversidad. La calidad del aire está regulada por la vegetación de los ecosistemas y son los bosques y selvas los que más la influyen, esto es, a través del almacenamiento del carbono de la atmósfera en los tejidos de los árboles y la producción de oxígeno en las hojas de los mismos es como se mejora la calidad del aire. Esto quiere decir, que si hay suficientes árboles, arbustos y hierbas, habrá una buena calidad del aire y si por el contrario, es baja la cantidad de esta vegetación, entonces tendremos una mala calidad del aire.
Por eso escuchamos o leemos por todas partes que los árboles (queriendo decir toda la vegetación) son los pulmones del planeta. Para muestra un botón, el oxígeno que usted se despacha en un día es producido por 22 árboles, quiere decir que si en la ciudad de Torreón hay aproximadamente 608 mil habitantes entonces se necesitan un poco más de 13 millones de árboles para cumplir con la necesidad de oxígeno de dicha población. Por otro lado, esta cantidad de árboles es capaz de retirar de la atmósfera aproximadamente 53 mil toneladas de contaminantes.
Desde luego, en la Comarca Lagunera los únicos bosques que tenemos disponibles son los de galería que crecen en las márgenes de los Ríos Nazas y Aguanaval y el bosque de pino y encino que se encuentra en la Sierra de Jimulco. Quizá no tengamos la cantidad de árboles antes citada, sin embargo, contamos con una gran extensión de matorral desértico con especies perennifolias y caducifolias que completan la carencia que posiblemente tengamos de árboles.
Por fortuna en la Comarca Lagunera contamos con dos importantes áreas naturales protegidas, en las que se protegen y conservan grandes extensiones de matorral y de bosque: la Reserva Ecológica Municipal Sierra y Cañón de Jimulco y el Parque Estatal Cañón de Fernández. Esto marca la diferencia en relación a otras zonas de México en las que se deforestan anualmente de 500 a 600 mil hectáreas de bosques y selvas. ¿Cuánto vale el oxígeno que respiramos?