En el inicio de año, me puse a considerar: ¿qué dirían algunos amigos míos?; ¿qué pedirían para este nuevo ciclo?
De manera especial, pensé en Jorge Silva, hombre de Dios que siempre tiene palabras de aliento y bendiciones para nosotros.
Recordé entonces la famosa "oración simple", atribuida a San Francisco.
Me llevé una sorpresa al descubrir que no es una oración del Santo humilde y que no es tan antigua como uno supondría. Apenas se remonta, según testimonios, a principios del siglo pasado.
Sin embargo, eso no tiene trascendencia, pues lo importante es su contenido y la consideración de que San Francisco la hubiera suscrito sin reticencias.
Primero transcribiré aquí esa oración y luego otra, ésa sí, atribuida a uno de sus discípulos originales que compite en hermosura con aquélla:
"Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto
Ser consolado, cuanto consolar,
Ser comprendido, cuanto comprender,
Ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe,
Es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo,
Es perdonando, como se es perdonado,
Es muriendo como se resucita a la vida eterna".
La otra oración es más corta, pero igualmente significativa:
"Dichoso el que ama y no desea, en cambio, ser amado.
Dichoso el que teme y no desea, en cambio, ser temido.
Dichoso el que sirve, y no desea ser servido.
Dichoso el que se comporta bien con los demás,
Y no desea que los demás se comporten bien con él.
Pero estas cosas son grandes, y los necios no logran entenderlas. Dichoso el que ama y no desea, en cambio, ser amado.
Dichoso el que teme y no desea, en cambio, ser temido.
Dichoso el que sirve, y no desea ser servido.
Dichoso el que se comporta bien con los demás,
Y no desea que los demás se comporten bien con él.
Pero estas cosas son grandes, y los necios no logran entenderla".
Se trata entonces de dar, sin esperar nada a cambio. De entregarse totalmente. De vivir sin juzgar. Son en esencia cosas grandes, que a nosotros, simples pecadores, nos cuesta mucho trabajo no sólo entender, sino practicar.
Andar por la vida sembrando fe, esperanza, concordia, alegría, luz, perdón. En síntesis, dando a los otros sin esperar que ellos nos den nada.
Vivimos en un mundo de destrucción y odio. De desesperanza y angustia. De hambre y miseria. Y lo que podamos hacer diariamente por aliviar esos males es un granito de arena que se puede convertir en una playa placentera.
¿Por qué somos tan proclives a destruir, a criticar a los demás? ¿Por qué no podemos ver algo bueno en los otros y sólo destacamos lo malo? ¿Por qué envidiamos y justificamos el hacer daño a los demás? Es más fácil ser generoso que codicioso; y sin embargo, nuestra naturaleza nos impulsa a todo lo malo.
No esperamos siquiera a cambiar nosotros para intentar cambiar nuestro entorno. Bástenos con realizar una buena acción cada día. Tal y como nos enseñaban en los Scouts, cuando éramos niños.
Si logramos arrancar de alguien una sonrisa cada día, dar una palabra de aliento o resolver el problema de otro, iremos construyendo un camino de felicidad.
¿Es tan difícil? Pienso que no, si nos lo proponemos con verdadera intención.
Por lo demás: "Hasta que nos volvamos a encontrar que Dios te guarde en la palma de Su mano".