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ORDENANDO EL CAOS

MICROESPACIOS MASCULINOS

Dalia Reyes

No hay duda: son hombres quienes diseñan las casas de interés social. Esos espacios apenas justos para no morir de claustrofobia son justo lo que un caballero solitario soñaría.

Un hogar con una estancia suficiente para un cómodo sillón frente al televisor y un baño bien iluminado con férreo revistero a la mano, sería dulce y suficiente para los respetados y pragmáticos señores, pragmáticos. Perdón, olvidé algo: al lado del sillón, un frigobar con un micro encima y, arriba de éste, la despensa consistente en paquetes de palomitas, café instantáneo y sopas Maruchan.

Para el género masculino, el sillón tiene una cantidad inimaginable de usos, que ninguna mujer por creativa que sea, podría descubrirlos. Al llegar a casa, el periódico vuela y se acomoda ahí; la chamarra pende del respaldo y, cerca de ella, maletín, maleta o mochila. Si hay gorra o sombrero, de igual manera el sillón se convierte en perchero a donde suman la camisa. En la parte de abajo ubican el zapatero o lugar inmejorable para acumular los calcetines sucios.

Algunos sillones viene equipados con brazos especiales para colocarlos, pero no hace falta en realidad: el control de la televisión siempre aparece en alguna hendidura de los brazos o el respaldo.

Finalmente, ellos se acomodan cual Houdini en el espacio restante, extienden y expanden su cuerpo mientras leen, beben una cosa, mordisquen otra y cambian de canal intermitentemente.

La hora del baño es excepcional: dedican un tiempo importante antes de internarse en ese paraíso hasta encontrar la sección deportiva del periódico. Se instalan en el baño por un tiempo indeterminado y hojean apasionadamente acompañando el futbol con una serie de esfuerzos y suspiros que seguro harían ganar al equipo menos pensado.

Fuera del ahí, el mundo es ajeno. Nada más se requiere para vivir cómodamente, según el género fuerte.

Aunque debo reconocer que hay una nueva generación masculina que van más allá porque tienen una conciencia ecológica y social; no se quedan en el hermetismo de la pantalla y las escatologías. Claro que no: el hombre moderno exige en casa un asador de carne con hielera al lado. ¿Qué tal?

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