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ORDENANDO EL CAOS

Dalia Reyes

BUENA PARA CALLAR

Cuando las miradas de los padres eran látigos correctivos hacia los chiquillos, el silencio era una de las cualidades más preciadas. Emitir opiniones, y no se diga quejas, solía traducirse en insolencia que pagábamos con una lluvia de chancletazos y el poco halagador epíteto de "¡igualada, ésta!", como solía decirnos don Felipe, mi abuelo.

Y es que la igualdad no existía en un sistema con jerarquías bien definidas, criticado sí, pero que tenía como resultado una sociedad que podía, hasta cierto punto, ejercer un autocontrol.

El caso es que, sobre todo en las mujeres, mantenerse callada era condición sine qua non para ser susceptible de herencia y, sobre todo, de matrimonio. Las boquiflojas de plano tenían pocas expectativas de encontrar un hombre serio, porque estos especímenes solían moverse en círculos conservadores que requerían de ciertas cualidades: cocinar, zurcir y ser discretas a toda prueba.

Con toda la debacle que se vino cuando a alguien se le ocurrió que hombres y mujeres somos iguales -cuando somos diferentes a todas vistas-, la discreción tornó su significado por otro más tolerante que no fuera sinónimo de silencio. Y tanto se distendió que llegamos al extremo.

Asunto es ahora que las chicas dejamos la discreción para mejor momento y nos lanzamos como Burro en Shrek. Primero sí se calló el secreto de Fiona, pero nunca dejó de hablar. La frase que el ogro bueno dice en algún momento del filme es muy cierta: cuando la princesa asombrada ve que el burro habla, el gigante verde le contesta: "¡Sí, lo difícil es callarlo!".

Exactamente lo mismo les pasa a los señores con nosotros. Sean o no unos ogros, en verdad es complicado nos hagan guardar silencio: es más, ahora las frases célebres son como las de Reese Witherspoon: "La mejor enseñanza que me dejó mi abuelo fue que nunca desperdicie un buen momento para guardar silencio".

Es cierto, las palabras correctas siempre son bienvenidas, pero no siempre esas venidas son buenas, por eso hay que meditarlas. Eso de hablar a la primera no siempre deja buenos resultados y lo filosóficamente llamado dianoia -dejar salir las palabras de nuestra razón- se convierte en una paranoia social que nos deja sordos.

Conclusión: antes una cualidad poco encontrada en las damas era su capacidad para arreglar asuntos por medio de la palabra; hoy, sin embargo, la mejor cualidad con que puedan referirnos es que somos buenas para callar. (dreyesvaldes@hotmail.com)

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