No, señoras y señores, ninguna expresión de la vox populi es dicha sin razón. Esa que refiere al olor, menos que ninguna porque, bien olida, encierra una serie de mitos, leyendas y teorías.
Dirán ustedes: no hay relación alguna entre los aromas de la vida cotidiana y corriente alguna científica. Pues no, mis estimados, hay estudiosos cuyas vidas fueron invertidas en adentrarse a las entrañas de la conducta humana y encontraron lo mucho que hay de estímulos y respuestas en nuestros aprendizajes. No tengo la menor duda: el olor es el estímulo más penetrante en la vida de cualquiera.
Mi abuela paterna murió cuando yo tenía 16 años. Hasta la fecha, el aroma a petróleo me recrea la figura alargada de su cocinita, pero no es un recuerdo feliz sino sombrío, porque ella se empeñó en encender su estufita a diario, a pesar de que sus manos no volvieron a cocinar 15 años atrás. El rompecabezas de emociones termina en la acidez del café negro hecho con agua ebullente salida de esa estufa que, como dijera don Felipe, estaba buena, pero no servía. Hasta la fecha cuando huele a petróleo se me llena el pecho de cierta nostalgia azul.
Durante una época aciaga, mi familia padeció la tendencia al alcoholismo de mi padre. Por las mañanas, había una razón válida para que yo entrara a la recámara de mis progenitores antes de irme a trabajar -ya tenía yo 17 años-. Apenas se hacía el ángulo con el marco, un tufo caliente y desagradable escapaba de la pequeña habitación. Mi madre abría los ojos, ya despiertos hacía rato, y se esforzaba por dibujar una sonrisa de conformidad. Ahora, al caminar por las calles, las entradas a esas cantinas tradicionales huelen a mi pasado y se me llena el pecho de cierto coraje transparente.
En épocas navideñas, ciertas líneas de cosméticos ofrecen aceites para el cuerpo fabricados con elementos de la naturaleza, cuyas propiedades rejuvenecedoras, relajantes, reafirmantes y cuanta cosa, son una maravilla. No podría certificar tales promesas, pero sí estoy cierta cuánto ese aroma a canela que me viste cada 12 meses, época que espero con ansiedad, envuelve mis remembranzas de afectos y buenas personas. Cuando algún sitio huele a canela, mi pecho se llena de una algarabía variopinta y feliz.
No debes desconfiar de los sentidos: el ser humano huele el peligro, el riesgo, la mentira, el rechazo, la maldad. No es premonición ni brujería, solo se trata el resultado de aprendizajes de vida en los que ha estado ocupada nuestra nariz. Démosle crédito si nos avisa cuando algo hule mal.
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