Ahí estaba, sobre el piso, perfilada por un aura de pelusa. No había duda: era una pierna humana, de un señor, seguramente, porque los músculos estaban perfectamente marcados en esos fibrosos pasadizos que tienen los señores en el chamorro cuando se ejercitan. Bueno, eso dice una amiga.
De lejos parecía demasiado pequeña, pero vamos, ninguna razón tenía yo para discriminar a las personas pequeñas, si desde Zaqueo hasta Napoleón y Manzanero, los bajitos han hechos grandes cosas… pero ¿en mi casa?
Hice un esfuerzo por quitar la vista del lugar. Restregué los ojos con mis puños, pellizqué mi brazo y pude confirmar lo tan temido: no estaba soñando. Sacudí la cabeza y, en ese acto, entendí la dimensión de la tragedia: algunas prendas de ropa estaban esparcidas por la recámara. Eran tan pequeñas como la extremidad antes vista.
Un zapato de color indefinido yacía junto a la cama. Restos de un vehículo ultramoderno estaban esparcidos por todos lados; al fin, sin poder contenerlo más, un grito sordo salió desde mi pecho -bueno, de más abajito- y dije: "¡Rodrigoooooooo!".
Fue la tercera vez en la semana que el Capitán América perdía algún miembro de su muy bien hecho cuerpo, no puedo negarlo. Pero las arcas estaban casi vacías por andar sustituyendo al muñeco tan de moda, cuyos precios varían entre 90 y 300 pesos entre el mercado negro y los de colores.
Es como un estigma de señoras ése de andar recogiendo pedazos de cristianos por toda la casa. Una de dos: los materiales son cada vez más deficientes o los niños mucho más creídos de los súper poderes fantásticos vistos en el cine. El caso es que yo no recuerdo mi niñez entre pedazos de El Santo o de Blue Demon, y eso que eran juguetes de plástico casi transparente, ésos que compraba mamá en el mercado sobre ruedas.
El otro día tuve que calar la cabeza a un pollo, porque apareció en mi cama, desmembrado, con un tierno recado dejado por mi hijo: "Mamá, otra vez se le cayó, aunque sigue funcionando… ¡cómo los pollos de verdad!". Invertí esa mañana en anudar una tripa plástica que hacía funcionar el mecanismo sonoro del mentado animal.
Las dotes de cirujano son muy comunes entre las madres, pero el estrés de armar personas cada día, no cualquiera lo sobrevive, a menos que sea mujer, madre y bien hombre.
(dreyesvaldes@hotmail.com)