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ORDENANDO EL CAOS

HOY MI REFRI ME HABLÓ

Por: Dalia Reyes

Ayer tuve rebelión en casa. Inicié el día con la cotidiana desmañanada, pero al tratar de ponerle leche a mi café, literalmente, hube de arrancar el bote de entre los brazos de mi refri que, fue evidente, estaba en franca rebeldía y se negaba a que yo obtuviera cualquier alimento comestible de sus entrañas.

Pensé primero en llamar al técnico, pues supuse algún desorden en los imanes del motor, cuyas atracciones a menudo se vuelven bipolares y andan atrayendo hasta el plástico. Bueno, no sé si eso sea posible, pero son las figuraciones que tuve. A punto estaba de levantar el teléfono, cuando esa voz grave salió desde el congelador y me advirtió que no hiciera semejante cosa, mejor mandara llamar a Lupita, la señora que, cuando no hace mucho sol ni frío ni calor ni lluvia ni su esposo anda sobrio, me viene a ayudar en la casa.

Tuve una especie de regresión y pasé por todas las etapas del duelo: cierto, a veces tardo un poco en limpiar todas sus charolitas y charolotas, pero no era para tanto. Bueno, de pronto sí pude excederme en el tiempo, pero ¿no acaso se inventaron esos artefactos para facilitar la vida a las mujeres ocupadas? No me detuve en aclaraciones y le prometí una limpieza a fondo ese mismo día, pero no me creyó.

Abrí la puerta una horda de hongos pluricelulares se abalanzó sobre mis cinco sentidos. Algunos mohos lanzaron una especie de polvillo adormecedor que se impregnó en mi nariz, en tanto un pequeñísimo rhizopus aferrado a las tortillas, levantaba su pequeñísima extremidad haciendo una seña que, por respeto a ustedes, no puedo escribir.

Las cajas plásticas se negaban a abrir, parecían pegadas con cola loca hecha a base de suero lácteo que, los muy ingratos, obtuvieron del último queso panela guardado ahí algunas semanas atrás.

Argumenté las muchas ocupaciones de la mujer moderna, lo inerte de los objetos y la imposibilidad de aquel suceso frente a mis ojos, pero anda surtió efecto. Justo cuando empecé a darles la razón y ya sentía una naciente lástima por las charolas opacas de tiempo y comida, el aparato apagó su luz interior y dejó de respirar.

Lancé un grito pavoroso. Mi marido despertó azorado y preguntó por el motivo de tales estertores. No contesté nada; me puse la bata y fui corriendo a lavar el refri.

dreyesvaldes@hotmail.com

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