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ORDENANDO EL CAOS

TRAS LA MADRE

Por: Dalia Reyes

Ay, el festival Día de la Madre; es bueno en la fecha precisa, pero mejor al día siguiente, cuando los hechos se recuerdan en cámara lenta.

A lo largo de la vida, esos acontecimientos nos dejan huellas inmarcesibles en nuestras almas y nuestros cuerpos. Yo, por ejemplo, tengo una cicatriz en la planta del pie por andar bailando descalza en el patio de la escuela.

En efecto, esa clase de atribuciones se toma uno so pretexto de festejar a la sacrosanta madrecita. Los chiquillos, desde tiempos ancestrales, hemos aprovechado esas ocasiones para transitar por los templos del saber como nos dé la gana… y en paños de cualquier dimensión.

Siendo alumna de segundo, brinqué hasta el cansancio a propósito de una extraña danza tribal, que consistía en evitar que dos enormes tablones rojos nos pisaran los callos desnudos al ritmo de tambores muy al estilo Tongolele. Vestida con una falda roja circular, mi imagen saltarina debió ser entre paracaídas en pleno vuelo y miss Piggy tratando de seducir a la Rana René.

En otra ocasión, las maestras propusieron una música de Cri Cri para armar una dramatización, donde cada quien debía ir con un disfraz. Siendo que yo no tenía más que el de pedir Halloween, fui de bruja maquillada. Mis compañeros, caracterizados de flores, regalos y muñecas, me cuestionaron, y yo les dije que no fueran malos: las brujas también debían tener hijos.

Los festivales modernos incluyen a chiquillas espigadas y de piernas interminables, ataviadas sólo con leotardos o minúsculas falditas llenísimas de pliegues que dejan ver un pudoroso y cortito short, lo que, en días normales de escuela, causaría tremendo revuelo entre sus compañeritos y el rubor de profesoras y madres de familia.

No se trata solamente del vestuario, también los discutibles talentos en nuestros pequeños vástagos, se convierten en una enorme gracia si se exhiben el Día de la Madre. No importa si son tan afinados como Agustín Lara, tan elegantes para bailar como Cantinflas, tan ágiles en la tabla gimnástica como Paquita la del Barrio, todos recibirán un aplauso de honesta admiración enviado por la concurrencia, cuya ovación permite a las madres del participantes olvidarnos por un momento del poco resultado que dan las clases particulares.

Ese día, las niñas se maquillan con permiso, calzan los tacones prohibidos en la vida real así se mantengan cojeando el resto de la semana. Pero, qué más da, es el Día de la Madre y se vale de todo, siempre y cuando alguien -no precisamente la mamá- se divierta como enano.

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