Ay, muchachas, cuán largo es el camino recorrido. Nuestros zapatos vivenciales están más gastados que los de San Francisco en Real de Catorce, dedicado toda su eternidad a recorrer el camino pedregoso entre un templo y otro, entre una iglesia y el panteón.
Me contó una vez doña Mary -que Dios la tenga cantando a dueto-, cómo lavaban la ropa en invierno las mujeres. Vivían a medio camino entre la ciudad y el cielo, en medio del bosque inmenso y poblado de imposibles. Subían, cada dos o tres días, hasta el ojo de agua, donde se hacía un cúmulo cristalino de agua tan fría como transparente. Tallaban sobre las piedras con los 10 grados bajo cero sobre su espalda, "y cuando tendíamos los pantalones parecía que tenían a la persona adentro, porque se congelaban luego luego". Después, bajaban cantando en grupo como si la vida fuera buena.
Pero no es de eso que quiero hablar con ustedes, amigas. Sino del largo recorrido buscando algo aún sin encontrar, ni siquiera vislumbramos con suficiente claridad el objetivo que nos siente en la silla correcta por el sólo hecho de ser mujeres.
Después venía doña Mary -que Dios la tenga rezando el rosario-, una y otra vez, con su niñita muerta cargada en brazos. Ese instante nunca huyó de su presente: la volvía a tocar inerte y buscaba con su abrazo darle el calor que la medicina inalcanzable no fue capaz. El autobús de regreso brincoteaba en el camino pedregoso y la distancia se hizo interminable; ella iba sola, arrellanada en su asiento duro y el frio colándose por la ventana. Llevaba a su casa la novedad de la urgencia que la naturaleza les imponía, a cada rato, a las mujeres campesinas.
Es otro el tema que nos ocupa. Me vino a la mente cuando hojeaba un libro sobre la historia de las mujeres. Ahí estamos todas, metidas en una túnica, vestidas de horticultor, enfundadas en un traje industrial, disfrazadas de fatalidad o envueltas en valentía. En todas las imágenes las mujeres tenemos las manos atareadas: un hijo en una y la bandera en la otra.
Y luego, cuando vino a la ciudad, trató de descifrar doña Mary -que Dios la tenga echando gordas- la vida de las mujeres apresuradas entre la casa, el trabajo y la insatisfacción. "Como quiera, una nunca está conforme", dijo un día y fue como si desinflaran un montón de aspiraciones sin blanco preciso para ensartar. Y un día se murió con la esperanza de que en el cielo también pusieran pino navideño.
Entonces me cansé. Hemos caminado tanto las mujeres y cando ya nos vamos, el deseo mayor no consiste en ser iguales a los hombres ni distintas de nosotras mismas. No haycamino hecho, lo andamos arando a cada paso y, a menudo, parece que nada máshacemos círculos.