La mayor falacia en las películas infantiles sucede en la cocina. Esa necedad de los directores por grabar en casas perfectamente montadas, como esas de las revistas, me resulta muy frustrante.
Podría citar desde Mi pobre angelito -con todos sus números- hasta Alvin y las ardillas, pasando por Más barato por docena y en medio, también, las Crónicas de Spiderwick. Es decir, si en el filme no entra alguien a destrozar esas casas impolutas, no hubo historia.
Lo peor del caso es que una cocina en tan deplorable estado, a mitad de la historia, implica, necesariamente, algún hombre con neuronas muy escasas y, esas pocas, atrofiadas; lo cual me resulta denigrante para los señores. Aparece el personaje bueno -como las buenas de las telenovelas mexicanas-, capaz de tolerar desastre y medio venga de un gato, tres ardillas o un chiquillo.
Sin embargo, la peor mentira acontece casi al final de esos cuentos chinos: por fin encuentran al niño perdido y hallado en la casa; todos corren hacia él en un abrazo familiar, fraterno, y nadie siquiera se percata del refrigerador instalado en el jardín. No caballeros, eso no hacen las señoras normales. Con lo anterior, también tendremos la premisa de que esos personajes femeninos en las películas ligeras no tienen madre, porque quienes la tenemos, sabemos perfectamente que nada está bien en tanto halla trastes sucios y basura por la casa -además de las camas sin tender-.
Así como las historias en donde hay brujas y princesas, estas de las que hablo hoy, también deberían hacer su saga o, por lo menos, un comentario final para explicarnos cómo hizo la venida a menos madres de los tres chicos en la historia de Mulgarath -Spiderwick- para reparar semejante caserón si, a decir verdad, lo único en pie cuando salen las letritas, fueron las escaleras de la entrada.
Nadie, en su sano juicio, aceptará que una mujer, bien reconocida como tal, pase por alto el desorden en su cocina, si basta un par de huevos con chorizo confeccionados por el marido para entrar en trance, por aquellas salpicaduras rojas sobre la estufa. Esa clase de enojo se esparce por todo el cuerpo y se instala en el estómago, haciendo imposible, al final, degustar el amoroso plato preparado por el consorte.
Me apena mucho declarar semejantes cosas, pero hasta la fecha espero entender cómo se recuperó David del desorden en su casa ocasionado por las tres ardillas, y cómo encontró el costurero la madre del pobre angelito luego de la circunstancia. En fin, siento desesperación incluso cuando todos los personajes de cuentos entran a la perfecta casa de Shrek y dan en la torre con su mundo mágico.
Me disculparán por ahora, pero alguien trastea en mi cocina y temo mucho que sea un buen samaritano preparando el desayuno.
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