Estimados señores de AVON: No hay mayor complacencia para una mujer que tener en sus manos todas las posibilidades de convertirse en la mujer de sus sueños. De los sueños de ella misma, no los de ustedes, caballeros.
Claro está, no se trata de una transformación sencilla ni económica, pues en consecuencia a todos estos años cuando se ha exigido a las féminas seamos un reflejo divino, aparición angelical mañana, tarde y noche, no esperarán que la naturaleza nos para -del verbo parir- listas para llevarnos puestas.
La gracia divina puso en nuestra existencia la posible solución al ajo de encontrarnos bellas… bueno, de vernos bellas, porque en la tele salen algunas hermosísimas a quienes las acusan de perdidas -cosa muy de discutirse, porque el fulano acusador bien que la halló-. Ese regalo deífico se llama "catálogo".
Las mujeres tenemos todo el mundo en nuestras manos, a la vista y tacto; es más a veces al olfato también, porque ustedes, queridos editores del folleto AVON, se han dado a la tarea de revelarnos los aromas más sofisticados con el simple acto rasca y huele.
Bueno, pues ahí está el detalle: si en verdad están tan interesados en resolver nuestra necesidad por vernos perfectísimas… deberían tener más cuidado al seleccionar el personal que hace los envíos. Sí, no voy a discutir su calidad, marcas colaboradoras ni diseños, ustedes fallan en lo más simple, un asunto de mera logística y cuidado.
No será necesario abrir todo un expediente de mis problemas personales con sus productos: sé de cierto cómo todas las mujeres del mundo hemos pasado vicisitudes cuando pedimos un vestido, pantalón, negligé o lencería y nos mandan la talla, el modelo, el estilo y largo equivocado.
Nada más, en el catálogo más reciente, solicité esa hermosa bata de brocado rojo con filigrana tentadora que dejaba ver la piel canela de la chica, haciendo juego con la melena oscura y rizada. Bueno, sépanse que la mía resultó tan corta que sólo podría usarla como un top; tan ajustada, que la filigrana se convirtió en hoyos negros, como ésos que usaba Gloria Trevi en las mallas; mi piel se tornó entre morada y negruzca ante el apretujamiento; además… el cabello jamás se me rizó como a esa chica.
La misma cosa pasó con los leggins, los coordinados interiores y el vestido: aquél tan estrecho como torniquete; el otro, de corte francés, pasó a súper italiano cual hilo dental, y éste, de ninguna manera me marcaba la cintura de la modelito ésa.
No parece imposible mi petición. Por favor, si desean seguir con sus ventas tan boyantes, les advierto que deberán ser más honestos y enviarnos las prendas correctas. He dicho.