Anoté con sumo cuidado el nombre en un "postit", luego lo pegué en el refri a modo de no olvidar ese quehacercito al día siguiente, primer asunto de la mañana.
Desdeñé la oferta a las primeras 100 llamadas; hace tiempo aprendí a no tomar decisiones a la ligera.Como sea, en la pantalla parpadeaba una chispa con la promesa de bajo precio cualquier fecha del año y hora del día, por lo que ninguna sombra cruzó mi mente en el proyecto de adquirir el artilugio.
No tuve sospechas, aun cuando el número 800 desapreció de la pantalla y hube de marcar, a mi cuenta y costo, cierto teléfono en la Ciudad de México; tampoco cuando me aseguraron que debería agregar gastos de envío por un 15 por ciento del precio, eso para protegerse si la paquetería entregaba incompleto, roto o averiado el artefacto. Vamos, pensé, sólo se trata de prevención. Al terminar la llamada, me advirtieron que el paquete tardaría entre cinco y 30 días, lo cual me llevó a recordar los rangos de temperatura en la predicción del tiempo.
El envío llegó a los 30 días, incompleto, roto y averiado. El chico de la paquetería dijo que los de la empresa no les indicaron el nombre de mis entrecalles y anduvo el aparato de Ensenada a Michoacán y, finalmente, llegó a Saltillo. Cuando le dije que vivía en una privada, sin entrecalles, el aseveró: "Como quiera, tienen qué decirnos los nombres, porque de otro nodo ¿cómo le hacemos?".
Pues no, no le hizo, quizá porque no tengo entrecalles. El asunto es que hube de ir a casa con mi caja descompuesta, volver a llamar al número de México y, sin ensamblar nada, regresar con el chico de las entrecalles a decirle que lo regresaría sin costo para mí. Me preguntó la dirección del destinatario, misma que venía en la etiqueta. Luego preguntó: "¿Y las entrecalles?".
Pasaron otros 30 días y llegó, nuevamente, el segundo entrego. Debí recogerlo en la paquetería porque el remitente no escribió las entrecalles. Ya en casa, abrí la caja de cartón. Encima tenía cuatro librillos con indicaciones muy completas; el primero, era todo un instructivo de cómo abrir la caja (¡¡!!); el segundo, el ensamblado, y el tercero, el uso y mantenimiento.
Tomé con cuidado mi molde para hacer pastelillos redondos. El ensamble consistió en calarle una tapa y san se acabó. El tamaño, sorprendentemente, era idéntico al de la tele… sí, apenas más grande que mi mano. En verdad me enviaron lo que estaban anunciando, pero me quedó cierto resquemor, porque algo me dice que las cosas en pantalla deberían verse más pequeñas de lo que realidad son.
Volví a llamar a México y le dije a la señorita mi intención de cambiar el producto, porque no lo esperaba tan pequeño. Ella me dijo que no aceptaban devoluciones; sin embargo, yo podía comprar otro artículo cuyas dimensiones fueran a mi gusto. Antes de decirle si aceptaba o no, me interrumpió con la siguiente frase: "¡Ah, pero discúlpeme, ya no le puedo hacer ningún envío porque tenemos muchos problemas con sus entrecalles!".