Para doña Mary -que Dios la tenga cantando en salmos- el plato hondo era una urgencia. La vitrina sigue, tras su partida, ahíta de platos llanos, chicos, medianos y grandes, paraditos en una fila a modo de bucle que inicia en la parte baja del mueble y nunca acaba por terminar.
Las papas con chile, el huevo con salsa verde, el mole y el asado, también encontraron, siempre abrigo en esos trastes. Uno se afanaba tratando de arrancar las últimas migas de las paredes construidas con una cerámica áspera, esa loza dibujada al fondo con una madre henchida de cariño; al terminar la comida, uno se encontraba con ese abrazo previsto desde el primer bocado.
Nunca me lo dijo, pero supongo en ese proceder un antecedente profundísimo de amor y de añoranza. Enseguida les explico.
Sabrán ustedes cuán valiosa es la remembranza de un caldo en nuestras vidas: cuando los niños enferman, un caldo de pollo; cuando los jóvenes enflaquecen, el caldo de pichón; cuando las mujeres paren, caldo de gallina; cuando los adultos se desnutren, caldo de habas. De todos ellos, sus cualidades están comprobadas más allá de lo científico, pues lo asevera el cariño empírico de una madre.
También debió estar en la usanza de doña Mary el recuerdo cariñoso de su madre, quien confeccionaba caldos de lentejas y papitas, cultivadas éstas en la sierra, hasta donde subían para recogerlas, una a una, pidiéndole permiso a la tierra. La tristeza también se arregla con alimento líquido, porque nos llena de un calor que se disemina desde el estómago hacia todos lados de la soledad y el desconsuelo.
En el plato hondo se apretujaba toda clase de alimentos: los frijoles refritos, crujientes ante la embestida del hambre; el huevo estrellado, émulo de blanquísimas nubes imperturbables, y la salsa martajada recién hecha en el molcajete. Por algún encantamiento salido de sus manos, ella era capaz de mezclar y distinguir los sabores heredados por la abuela, la tía, la madre y la hermana inolvidable.
El plato hondo no era un objeto, sino una necesidad. Ahora, cuando al fin lo entiendo, vierto mi afecto caldudo en él, esperando encontrarme con la mujer y el abrazo dibujados, aunque, de muchas formas, el recuerdo me estrecha apenas prefiguro la idea de servir en ese gigantesco espacio pequeñito.
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