No soy de las que usan la tarde entera para elegir unos zapatos en la tienda, al contrario, suele crecerme una extraña fobia en cuanto me acerco a los centros comerciales y trato de alejarme rápidamente de ahí. Podría ser un poco por el sentido ermitaño que me heredó mi genética de montés y un mucho por la tortura que nos imponen las amables chicas que atienden zapaterías y boutiques.
Estoy segura: no tienen nada en mi contra, pero han sido entrenadas para todo y nos ponen en cada encrucijada que acabamos comprando abrigos en pleno mayo y con una depresión gigantesca, aun cuando llegamos alegres al lugar, como el jibarito.
Sé que en el pasado quienes atendían comercios de artículos para vestir eran muy duchos para saberle a uno la talla así, a ojo de pájaro, adivinaban además el estilo, el largo correcto, color preferido y signo zodiacal. Hoy eso no tiene la menor importancia porque todo nos queda a todos. Me explico.
En primer lugar, muchos sitios ofrecen ropa unitalla que en una magia harrypoteresca les queda tanto a las chicas 5 que a las señoras 16. Por lo menos eso aseguran las señoritas que atienden el lugar. Y si tienen tallas específicas siempre encuentran la perfecta para nosotros: si pedimos una talla 9 van y nos traen una 14 "porque al cabo siempre vienen chicas o se encogen".
Pasa también que llegan con la 5, una minúscula prenda que a todas vistas nos serviría de bufanda, ah, pero esa clase de ropa suele venir amplia o se agranda en la primera colgada de tendedero.
Lo más increíble sucede en las zapaterías. El asunto de la ropa podríamos creerlo, con sus límites, claro está -yo puse en 1992 un vestido en el tendedero porque prometía pasar de 7 a 11 y aún no me queda-. Pero el calzado suena inverosímil, sin embargo, logran que lo llevemos a casa.
Estas chicas son más avezadas en el arte de la venta y el convencimiento: si pedimos unos zapatos del 4 ½, llegan muy orondas y nos tienen una pieza sin aclarar nada en absoluto. Nos ponemos uno y no entra; el otro a duras penas pudo contener nuestra extremidad y hacemos la prueba caminando como camotero a la medianoche. No, de plano algo nos pasó: seguro con la caminada de tienda en tienda estamos hinchadas.
En ese momento dejamos la pena de lado y le decimos a la señorita que nos traiga el 5 y ella contesta imperturbable: "nada más tengo 3, ese que tiene en la mano".
Argumentamos cualquier cosa y ella volverá con un par de nuestro número pero en otro color, abierto en lugar de cerrado, de plataforma y no de tacón y agrega: "A ver, pruébese éste".
Y claro que ha pasado: compramos la selección que la muchacha hizo para nosotros porque quedamos en un estado catatónico incapaces de tomar una decisión por nosotras mismas.
Debo aceptar que esas chicas han logrado que cambie mi apariencia por toda una temporada, vistiendo lo que me trajeron y conteniendo un pavor inconmensurable por ir de compras otra vez.
dreyesvaldes@hotmail.com