El asunto de los abuelos pasó de ser cuento infantil a historia terrorífica cuando los medios publicaron situaciones de abuso y abandono en diversos países. Entonces, se hizo pública una realidad patente intra muros en los hogares y que estaba por explotar en cualquier momento.
Recuerdo con claridad la imagen: una anciana con rebozo gris cubriéndole media cara, entornaba sus ojos asustados ante la cámara; era evidente cómo estaba extraviada en ese ambiente público y en medio de la gasolinera donde fue abandonada.
Conforme vamos creciendo, es común conocer al abuelo del primo de un amigo, quien preferiría estar extraviado en la estación de gas a permanecer en casa con sus familiares, esto por las situaciones de abuso, las cuales los colocaron apenas a un lado de los niños en la estadística de vulnerabilidad.
Nada nuevo hay en el dicho anterior, y tampoco lo encontrarán en el siguiente. ¿Por qué entonces pergeñar tantas palabras al respecto? Porque atiende a la urgencia social de hacer público cuánto abuso hay en el acto físico, el descuido… pero también en caso omiso y la magnánima actitud de aconsejar sin poner manos a la obra.
La mayoría de los ancianos en México carecen de una pensión económica cuyos dividendos le permitan sobrevivir con sus propios recursos. Esto enfrenta a las familias a numerosos intríngulis de nomadismo: una semana con la hija, otra con el hijo, dos con el nieto y así, sucesivamente; a esto, agréguese la dependencia física, condición exigente para una persona que funja como enfermero, chofer, cocinero, en fin, todo ello en una época cuando todos trabajan tiempos completos.
Cubrir lo anterior, diríamos, sería acto de amor hacia nuestros abuelos o padres, sin embargo, en todas las familias, tal parece que a la hora de cuidar a un anciano, algunos son legítimos y otros recogidos ¿a poco no?
Las divisiones entre hermanos se hacen patentes cuando forman dos partidos: uno actúa, de facto, como hijo y paramédico, sin discutir las razones o la moral debida; el otro, fiscaliza, aconseja, invierte tiempo en llamados de atención y magníficas visitas rutinarias de dos horas cada quince días. Es sólo un ejemplo, si abordé una realidad precisa, es mera casualidad.
Estamos de acuerdo: conocer la realidad de un anciano implica convivencia constante y comprometida a fin de evitar violentarlo y extender esa violencia a quien, conscientemente, se hace cargo, en el profundísimo significado de esta expresión. Usemos más las manos y menos la voz para atender a padres y abuelitos; cuando consideremos alguien está siendo maltratado, la solución es fácil, sólo dígale al anciano "véngase para acá, que yo lo cuido".
dreyesvaldes@hotmail.com