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ORDENANDO EL CAOS

Mi amiga está triste

Dalia Reyes

Ayer visité a mi amiga Maru. Está triste, muy triste.

Estuvo triste casi todo el año pasado por una sólida razón: su hija menor estaba por casarse. ¿Conocen ustedes una mejor razón para estar triste? Yo sí.

Llegó el día de la boda y todo salió precioso. Ella y su marido lloraron por última vez la amenaza del casorio y empezaron con el duelo del matrimonio consumado porque la nena ya no estaría en casa. Otro motivo para tirarse al llanto.

Pero hoy, cuatro meses después de la boda, mi amiga Maru está muy triste. Descubrieron que el nuevo marido ocultaba una falta irreparable que, por imperdonable, acabó con el efímero matrimonio. Hoy, todos están tristes.

Ayer la visité y le desee con todo mi amor, que esta vez, por fin, dejen que la "nena" empiece a vivir su propia vida.

La tristeza tiene muchos pretextos y se cuela como polvo bajo las puertas si es que le dejamos caminos abiertos. A todos nos va a llegar, eso es indiscutible, y en todo caso es mejor dejar que ella venga a nosotros como una montaña pesada y no echárnosla encima antes de tiempo.

Preparar una boda, antes que un duelo, me parece motivo de júbilo extendido porque ahora, con aquello de las reservaciones anticipadas, nos lleva casi dos años completar la lista de pendientes. ¡Qué maravillosos 24 meses de esperanza y gusto! Y en estos tiempos cuando la gente se casa porque quiere, no encuentro razón ninguna para el llanto, como no sea de felicidad.

También hay otra madre entristecida porque a su hijo la enviaron a trabajar en una escuela a 40 kilómetros de su casa. El pobre muchacho de 23 años, recién graduado, con plaza docente inmediata, en casa de asistencia muy cómoda y a dos pasos de las mejores tiendas de ropa y entretenimiento en la frontera con Estados Unidos, debe estar inundado en llanto. ¿Pues qué creen? ¡Sí lo está, porque su madre no se cansa de suplicarle en el teléfono que pronto vuelva a su recámara de joven!

Sólo los chinos encontraron la forma de evitar el crecimiento, pero nada más el de los pies de las geishas colocándoles zapatos muy pequeños que les ajustaban y dolían. Al final, lograban unas muy graciosas extremidades pero muy inútiles para salvarlas en caso dado.

No ajusten los zapatos de los hijos con tal de que se queden con nosotros, eso les duele a ellos y pronto nos dolerá a nosotros.

daliareyes@hotmail.com

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