Andando yo en el monte, de muchas cosas ni me entero. Divago entre el canto del pájaro azul y el reñir de una ardilla contra otra; ando tras el ruido húmedo de la lluvia entre los árboles, interrumpido por el rumor sobre los techos laminados.
Pero hay un montón de personas a quienes mi abstracción les vale sorbete, y apenas me reciben en el pueblo, rezan una retahíla de barbaridades ocurridas en las ciudades civilizadas y no. Nada más el domingo me aconteció consumir una ópera completa de villanías con todo y sus variaciones.
Sí, dije variaciones, pues el asunto de la comunicación es cada vez más un teléfono descompuesto que otra cosa. Voy de acuerdo en un agregadito, para hacer emocionante la cosa; sin embargo, esto ya se pasó de cocimiento y hay quien hace novelas con sólo escuchar un chiste de Pepito.
Creo yo, a consideración de ustedes, claro, que en la actualidad las cosas acontecidas rebasan la fantasía y los dichos entre la gente compiten por ser más relevantes, no importa si para ello deba exagerarse aun lo escatológico. Por ejemplo, si en algún lugar hacer frío… en el otro se les congelan y se les caen los entresijos; si un sitio presume calor… en el otro los huevos se cocinan solos y sin aceitito, y el colmo, si en tal ciudad hay actos de violencia… en la otra, los agresores son bandidos pero de película. A ese grado llegamos las personas con tal de sobresalir. ¿No me creen? Déjenme les cuento.
El domingo encontré la noticia, con detalle y todo, de un sonoro evento bélico, con finado en lista, dentro de mi rancho. ¿Cómo así, Marce? Hube de seguir preguntando a mi informante sobre el santo y seña de la cosa porque yo, ni mis vecinos distantes, escuchamos absolutamente nada, amanecimos todos completos y ningún sonido más allá de los coyotes se oyó durante esa noche.
Más tarde resultó en una seguidera de vehículos en la carretera, pero con lesionado y nada más -versión poco socorrida porque iba de gane la del finado-, pero luego acabó la historia en enfrentamiento tipo duelo de vaqueros en una comunidad cercana. ¿A quién creerle? Todo terminó en rumor y yo me regresé al monte con el corazón apachurrado, sin poner atención al pájaro azul ni a la ardilla, pues mi mente andaba en la perseguidera de carros y el finado.
Algunos piensan en la ignorancia como un estado límbico: no saber preocupa menos. Pero mantenerse ignorante es casi imposible, vieran cómo a la gente le encanta andar luciendo su sabiduría, poniéndole no faces diversas a las situaciones, sino fauces a los problemas, y de ahí que nos coma la intranquilidad.
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