Cuando mi hermano tuvo la ocurrencia de contestar a mi abuelo con frase coloquial, ardió Troya. La progenitora resultó ser descuidada en la educación del nieto; el nieto mismo, carente de su madre. La respuesta correcta debió ser: "Mande".
Responder con un "mande" fue costumbre por varias generaciones, a modo de disposición explícita y total hacia el otro; la respuesta resultaba pertinente entre hermanos, hijos y padres, nietos y aun entre desconocidos. El verbo perdió, en este uso específico, el sentido de ordenar, y se convirtió en "eres un suertudo, estás frente a quien está dispuesto a todo", pero nadie contaba con un detalle minúsculo, pero importante: el tonito al hablar. No olvidemos que lo pequeño también es muy peligroso ¿a poco no?
Usaré un ejemplo claro y diferente en el uso y degradación de la palabreja de marras. El "mande" como respuesta entre las parejas; debo anticipar que, con fines didácticos, dividiré en tres actos la historia, como los buenos chistes; luego, ya ustedes decidirán cómo se llamó la obra.
Entre los novios enamorados es muy pertinente responder una llamada, telefónica o en persona, con un "¡mande, mi amor!", cantadito y entonado. No hay melodía mejor para los oídos de quien aún dubita entre si entregar o no el anillo.
Casados ya, es menester actualizar la armonía, acción más propia entre las damas listas y al pendiente para proteger todos sus flancos, con esta palabra defienden su fuerza, autosuficiencia e igualdad. El término es un "¿¡mande!?", y quisiera estar segura de que transmito correctamente la intención; discúlpenme señores si no soy tan precisa al representar en signos esa respuesta teñida de sorpresa y cuestionamiento, muy común entre nosotras cuando nos piden que hagamos algo así como pasteles cuando no somos pasteleras. ¿Sí me explico?
El último estertor de la diplomática respuesta aparece en parejas cuya relación pasa los diez años. Sin importar la distancia entre uno y otro, el volumen estentóreo en la voz femenina o la brevedad del mensaje, el señor proferirá un "¿mande?" como contestación inicial, con un gesto actoral de "no escuché absolutamente nada". Cuando la esposa está por repetir la pregunta, él interrumpe y deja claro lo mucho que sí oyó desde el inicio la cuestión.
Yo leí alguna vez que el llanto de un bebé puede ser enloquecedor si se vuelve constante, pero esa aseveración la hizo un investigador soltero, porque ese "¿mande?" reiterativo entre las parejas provoca una explosión nuclear, seguida de un silencio profundo; créanmelo, muy pocos estarán dispuestos a repetir una y media vez todas sus preguntas.
Ahora sí, ya puede decidir cómo se llamó esta obra en tres actos. Mi vecina dice que se llama "matrimonio", pero yo no creo.
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