La primera noticia sobre un animal parlante la tuve cuando tenía siete u ocho años: un cuervo vanidoso respondía a los halagos de una zorra sagaz, quien elogiaba dones inexistentes en el ave, con el único fin de quedarse con el queso que ésta llevaba en el pico. Por hablar, el cuervo se quedó sin admiradora y sin el queso.
Algunas personas -sobre todo las mujeres- suelen hablar de más y eso les cuesta mucho más que un producto lácteo. Sin embargo, todos los animales, todititos, cualquier cosa que dijeran sería demasiado, por ello lo inexplicable de insistir en adjudicarles características semejantes en la fantasía humana. ¿Acaso no somos ya bastantes parlanchines como para conversar entre nosotros?
La respuesta parece clara: no, no nos bastamos. Ante la imposibilidad de comunicarnos lo suficiente para ser felices, andamos en el afán de entender qué mensaje nos manda el chimpancé, el cocodrilo o la tortuga. ¡Es en serio, mi tía Nena escuchaba con atención cuando su mascota se quejaba por dolores en la garganta!
Todo parece resultar de nuestra socarronería; atendemos mensajes dichos por una res, pero será imposible dar crédito a la madre, al profesor o al compañero de trabajo. ¿Les ha sucedido que los tilden de locos cuando sugieren algo en su empresa y luego van y pagan un dineral para recibir el mismísimo consejo, así sea del burro que tocó la flauta? Ah, pues somos almas gemelas ustedes y yo.
Las películas con perros parlantes como protagonistas son sin-cuenta; en segundo término aparecen los gatos conversadores. Vaya, si hasta las cucarachas toman voz en la irrealidad preferida del hombre, quien se figura almas más racionales en los irracionales que en nosotros mismos, y a causa de ello, las eligen para contarles historias, darles vida lujosa o dejarles herencia. Diría yo: para lo primero están las hermanas mayores; para lo segundo, los desolados, y para lo tercero, podría ser yo misma.
Hablar marca la diferencia entre el humano y lo demás. Nosotros somos los mismos, lo demás es lo otro, tan necesario como accesorio y satelital, por lo que, supondríamos, no debiera urgirnos transformarlo en una obligación que nos corresponde resolver entre racionales.
Sí, sí, estoy de acuerdo con ustedes. A menudo no podemos distinguir cuál especie actúa con más humanidad, pero les propongo dedicar más tiempo a ensayar un entendimiento social que a hacer hablar al perico. Nada más las próximas dos generaciones; si de plano no vemos avance, todos aprendemos a ladrar.
dreyesvaldes@hotmail.com