Yo no sé por qué me siento hoy tan diferente, por qué no quiero nada con la gente -con cierta gente.¿Qué será? el médico lo achaca a un síndrome homofóbico común en mujeres entradas en edad y con, por lo menos, una experiencia matrimonial a lo largo de su vida. Como sea, parece como si, al fin, tomara el control de mi vida.
Ahora, despierta la mujer que en mí dormía, y poco a poco se murió la niña… ¿o la perdí? Ya no recuerdo bien, pero estoy cierta de que empieza la aventura de mi vida: medio siglo en el cuerpo, un cuarto de tiempo en el sistema educativo, una mínima posibilidad de vivir dignamente pensionada y los hijos con un pie en Irlanda o Inglaterra.
Ahora, me enciende como un sol la primavera- ¡vieran cómo se me puso sensible la piel! Muy apenas asomo la nariz al astro rey y ya me convertí en un tizón; por eso prefiero el invierno cruel y, durante el verano, mis sueños de frío se convierten en promesas.
Pero hay una realidad innegable: mi cuerpo cambia día con día, y siento que yo ya no soy la misma. Aquellos brazos percherones se volvieron modelos de Chanel con bastante vuelo, los carrillos se niegan a quedarse en su lugar, igual que otras partes enamoradas de la fuerza gravitacional; mi cabello rebelde y despeinado… ese sí sigue igualitito.
Ay, muchachas, no sé por qué todo esto parece un deyavú -pido perdón a la Academia por mi osadía, pero debí castellanizar la palabreja-; es como si cuanto he dicho lo dije antes… ¿o lo dijo alguien más? Por si fuera poco, debo confesar una fijación creciente hace pocos días: cuando veo a Thalía en la tele, suspiro con ternura conmocionada desde lo más profundo de mi alma, y me dan tantísimas ganas de columpiarme sintiendo el viento en mi cabello como si deshojara mil rosas perfumadas en derredor.
Como sea, si alguien escribió algo parecido a esto, o fue mera coincidencia o es un sabio conocedor de las mujeres a quienes, a cada rato, nos quiere cambiar el corazón, si no de quinceañeras, sí de quincearañas.
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