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ORDENANDO EL CAOS

ESTOY EN LA VENTANA

Dalia Reyes

Para hacer compras por internet es menester emular a la salmantina de rubios cabellos, en"El seminarista de los ojos negros". ¿Cómo estaba ella? Nada más en la ventana, echando ojo a los cuasi presbíteros para enviarle más que un guiño a uno de ellos.

Aunque debo reconocer que ella se mantuvo fiel a una -ventana- y a uno -el seminarista-; pero lo que es el choping-sorry RAE- en la famosísima red, hay más analogía con un circo de tres pistas que con el poema de Miguel Ramos Carrión. Uno debe tener ojos en las orejas, los dedos y quién sabe donde más, ustedes los habrá padecido: no importa el monto de la compra, los datos exigidos son estratosféricos, simultáneos e imposibles.

Bueno, a fin de conocer semejantes referencias, los valientes compradores debemos contar con bien definidas cualidades de James Bond para adquirir cualquier producto vía electrónica: claves de unas, claves de otras, elección de un país en una lista de 400, códigos, contraseñas.

Por cierto, el asunto de las contraseñas se ha vuelto un motivo de insomnio. Cuando empezamos con el internet, el correo electrónico era lo único privado a que la vida nos daba derecho, pero ahora memorizamos códigos para las tarjetas de crédito, las cuentas bancarias virtuales, la suscripción a revistas, registro en Hacienda, número de cliente en la librería, jugadas virtuales de ajedrez. Vaya, de pronto yo olvido cuándo nació mi hijo ¿acaso creen que recordaré a la vuelta de las semanas todas esas combinaciones inventadas al momento?

Debo confesarles que ayer mismos me tardé media hora registrándome en la Ghandi. Al llegar a la quincuagésima ventana, me aparece una leyenda en rojo: su correo electrónico ya cuenta con un registro. ¡Vaya, y yo ni me acordaba que éramos amigos!

Por otro lado, sé que pudiera evitar llenar tantísimos renglones de datos en otras tantísimas ventanas, pero para eso se requiere ser un insistente usuario de ellas, tener vías cortas, entradas secretas. Pero qué puedo decirles: el tiempo apenas me acabala para revisar mi correo, el face, el book y los periódicos; párenle de contar.

No tienen idea cuánto les agradezco la paciencia de escucharme, esto es una catarsis para mí, pues hoy por la mañana invertí tiempo completo, mientras tomaba el café, en hacer una compra. Luego de contar a la tienda incluso las razones de mi gestación y nacimiento, teclee los números de una tarjeta, todos redonditos; ellos sabían ya el nombre de mi perro, la cantidad de embarazos, la talla de mis zapatos, pero la confidencialidad nada importó, acabaron por decirme que el banco rechazó mi compra porque me faltó la clave Cvv124Cv. Por Dios, ahora resulta que debo ser empleada de un banco para descifrar mi propia existencia.

Por salud mental, desistí de esa compra: mañana voy a la librería y compro en vivo. Tengo aún otra opción, dejar de leer libros y entrarle a las revistas, fácilmente localizables en la tienda de la esquina.

dreyesvaldes@hotmail.com

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