"Es que yo sí te quiero, hijo mío", le respondí al niño tras la enésima solicitud para tener un teléfono celular. Sus pataleos amenazaron sacar petróleo de la sala y el rostro bien podía competir con Freddy Krueger, con máscara o sin ella.
Es que no me lo van a creer, pero tiene apenas ocho años y quiere llevar un celular a la escuela. ¿Para qué? Ande usted a saber, pero su mejor argumento es que la mayoría de sus compañeros tienen uno, el cual, dice este chiquillo, lo usan en la entrada a la escuela, el recreo y a la salida.
No podía adivinar con quién hablaría tanto un alumno de primaria. "¡Ay, mamá, a poco no vas a saber, pues con sus papás! Así me dijo este ser irreverente y yo me quedé con más dudas que antes; asumía que los padres hablamos con los hijos en vivo y en directo.
No hubo forma de convencerme, sigo negándome a que este chamaco de tercer año lleve un celular a la escuela, por razones contundentes: no lo necesita. Sí, señor, fue sólo una, pero ahí van englobadas todas, empezando porque no requiere llamarme para decir si un hombre del transporte escolar esta vez sí los llevó a todos a la escuela correcta porque yo lo llevo; tampoco es menester me confirme su llegada a tiempo, pues me aseguro de ello; no necesita ayuda para elegir Nachos o Tostitos en recreo, porque lleva comida de casa, y a la salida me contará en persona los intríngulis de la jornada.
Ser el raro sin celular lo ha librado de robos, agresiones, videos indiscretos, llamadas peligrosas, chantajes, y espero que el tiempo le haga entender que el motivo final de la restricción se debe al amor, aunque disfrazado de castigo.
No soy su fan, pero el otro día Daniel Bisogno dijo, respecto de un joven quinceañero gravemente accidentado al conducir una veloz motocicleta, "Mejor cómprenle una pistola, eso sería el equivalente de dar semejante regalo a un adolescente". Hay mucha razón en el sarcasmo, porque el hecho de que haya padres que puedan comprar hasta un avión a un jovenzuelo, no implica que éste sepa hacer algo bueno con él.
Yo lo sé de cierto: para ser padres presenciales se requiere de mucho tiempo y trabajo, por eso la decisión de si nuestros hijos van a ir en transporte escolar, comer fritangas en el recreo y volver con el vecino a casa, es asunto que se decide antes de procrear a ningún ser.
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